30 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 70

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (70)

El ministerio de la consolación en el Sacramento del perdón

 

Queridos hermanos:

 

Noé, nuevo Adán, principio de una nueva humanidad salida de las aguas del Diluvio, lleva en su nombre la misión de aliviar y consolar: “Lamec tenía ciento ochenta y dos años cuando engendró a un hijo, a quien llamó Noé, pues dijo: «Este nos aliviará (consolará en la traducción de la Biblia de Jerusalén) de nuestro trabajo y del cansancio de nuestras manos”. Ya estaba en él en figura lo que sería la misión de Jesucristo y del Espíritu Santo y de la Iglesia: consolar.

 

Un sacramento donde se manifiesta este consuelo y la función intercesora de la Iglesia es el Sacramento de la Reconciliación. Sus efectos espirituales son así descritos en el Catecismo: “Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia; la reconciliación con la Iglesia; la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales; la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual; el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1496).

 

Ahora yo te pregunto: ¿cómo se consuela a un enemigo? ¿Cómo se consuela a un malvado? Jesús así hizo en la cruz: consolar a los pecadores invitándolos al arrepentimiento con la certeza de que su sangre derramada (actualizada en la Alianza eucarística) era para el perdón de los pecados (ver Hechos de los apóstoles 2, 36-39).

 

Del Sacramento del Perdón puedes aprender a ver esto mismo: un pecador arrepentido que recibe el consuelo del perdón y la reconciliación con Dios y con los demás a través del ministerio de los sacerdotes ver (2 Corintios 5, 18-20). En el Sacramento de la Misericordia es Jesucristo el que sale a buscar a la oveja perdida hasta que la encuentra (cf. Lucas 15, 4-7), es la Iglesia la que busca cuidadosamente la dracma hasta que la encuentra (Lucas 15, 8-10), es el Padre el que espera al pecador y le ofrece el consuelo espiritual de un banquete de acogida (Lucas 15, 11-24).

 

Y el mismo Sacramento del perdón, a imitación del Señor que reina desde su cruz amando al enemigo, por la acción del Espíritu Santo, nos enseña a ser consuelo para los pecadores ofreciendo el perdón que recibimos del Señor, como dice la oración del Señor: “perdona… como nosotros perdonamos…”.

 

¡Qué luminosas son estas palabras del Catecismo!: “No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2843). A eso estamos llamados: a ofrecernos al Espíritu Santo y transformar la ofensa en intercesión, para que nuestro hermano, también el que nos ofendió, no esté solo.

 

Jesús, vuestro párroco

 

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