13 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 52

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (52)


La paloma mensajera


Queridos hermanos:

Imaginemos, no una pareja de palomas en el arca, sino cientos, miles de palomas encerradas por miedo a la muerte.

¿No hará el Señor del cristiano una reserva de esperanza en esta tierra amenazada, una paloma que desde el amor sin fronteras ni límites, en la libertad del Espíritu, pueda volar alto y lejos como palomas mensajeras de paz y esperanza?

El Amor que ha cargado sobre sí nuestros dolores y nuestras culpas, que ha sido “hecho pecado por nosotros” (2 Corintios 5, 21) y que ha vencido al mal, a la muerte y al Infierno por su obediencia, este Amor inmolado y vencedor os lleva consigo en su carrera hacia las víctimas más sufrientes de su cuerpo místico.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), destinada al infierno de Auchwitz, lo expresó un día de esta manera:

“¿Oyes el gemir de los heridos en los campos de batalla? ¿Oyes la llamada agónica de los moribundos? ¿Te conmueve el llanto, la sed y el dolor de los hombres? ¿Deseas estar cerca de ellos, ayudarles, consolarles y aliviar sus heridas más profundas?
Abraza a Cristo. Si estás esponsalmente unida a Él, su sangre correrá por tus venas, su sangre preciosa que sana, redime, santifica y salva. Unida a Él estarás presente en todos los lugares de dolor y esperanza” (Ave Crux, Spes unica, 14 de septiembre de 1939). (cf. Cardenal Marc Ouellet. La Hora de la Vida Contemplativa. Carta a la Reverenda Madre Agnès, Priora, del Protomonasterio de las Hermanas Clarisas de Asís. 25 de marzo de 2020).

Somos, pues, embajadores de Cristo (2 Corintios 5,20), somos como palomas mensajeras que difunden por todo el mundo el buen olor del Ungido, de Jesús (2 Corintios 2,14-16), somos una carta llevada en las patitas de la paloma (2 Corintios 3, 2-3), servidores de una esperanza viva (2 Corintios 3, 4-6), transformados en palomas a semejanza de la paloma del Espíritu Santo (2 Corintios 3, 17-18). Unidos a Cristo, llevamos el tesoro de su amor, el tesoro de su espíritu en recipientes de barro, irradiando su rostro en los heridos, sufrientes, sin esperanza (2 Corintios 4, 5-15).

Jesús, vuestro párroco

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