28 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 67

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (67)

El trabajo de la fe

 

Queridos hermanos:

 

La fe, nos dice el catecismo, es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él. Para dar la respuesta de la fe a Dios que nos ama y se revela, hace falta la gracia de Dios, el auxilio interior del Espíritu Santo que se adelanta y nos ayuda, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad' (ver Catecismo Iglesia Católica nº 153).

 

La fe es gracia. Ahora bien, la fe, nos dice el catecismo, también es un acto humano, en la que nuestra inteligencia y nuestra voluntad cooperan con la gracia de Dios (ver Catecismo Iglesia Católica nº 154). Sería un error pensar: “puesto que la fe es gracia, no tengo nada que hacer. Todo lo hace Dios.” Sí, pero Dios te da la gracia para que hagas lo que tienes que hacer, que es creer. Y ahí está el uso de nuestra libertad para secundar la gracia de la fe.

 

Jesús mismo invitará a trabajar la fe. Después de la multiplicación de panes y peces en una orilla del lago de Galilea, al día siguiente, en Cafarnaúm, tendrá lugar este diálogo:

 

“Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». (Juan 6, 25-29).

 

El trabajo que Dios quiere es creer en Jesucristo. Es el trabajo en el que uno descubre que es el Señor el que ha hecho el trabajo (ver Romanos 4,1-8). El trabajo que Dios hace en nosotros es que nos ama, perdona, justifica, y confiere la dignidad de Hijos suyos. Como respuesta a este amor aparece, la alegría, el agradecimiento y el trabajo afanoso por el evangelio y por los demás.

 

La alegría y el agradecimiento son unos motores de trabajo impresionantes. Aunque tengas un solo talento, no lo entierres por la holgazanería al compararte, y ver que otros tienen más. Muéstrate más bien agraciado, agradecido y dichoso de que se te ha confiado el incremento de esa gracia con otra gracia que es trabajar por su aumento.

 

Fíjate en algunos miembros de la comunidad cristiana de Roma a los que alude San Pablo al final de su carta a los romanos. Fíjate en María, Urbano, Trifena y Trifosa y Pérside (ver Romanos 16,6-12).

Y es que Jesús nos dio ejemplo de esto cuando habló de que su alimento era trabajar en la voluntad del Padre y llevar a término su obra, aun con la fatiga de la siembra, pero con no menos alegría que la que tienen los que siegan que no se han cansado en la siembra (ver Juan 4, 31-38).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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