31 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 71


“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (71)

La acción de conservar

 

Queridos hermanos:

El arca de Noé tiene alguna semejanza con una botella de vino. El arca tiene una claraboya, la botella de vino tiene su embocadura. Por ella entra el vino y debe ser tapado para que no entre oxígeno que lo avinagre. Y cuando se abra salga el mejor vino. Lo mismo en el arca. No debe entrar lo que favorezca la corrupción.

Un invento reciente ha sido la bomba de vacío para vino. No sé si os habrá pasado alguna vez esto. A mí me gusta el vino, pero bebo muy poco en las comidas o cenas y, a los pocos días, pues no he llegado a acabar la botella, se me echa a perder. Y eso hace que me dé cierta pereza y fastidio abrirla solamente para mí. Hasta que me regalaron una bomba de vacío para vino.

Esto permite abrir la botella, tomar la cantidad deseada y cerrar la botella al vacío para que el vino no pierda sus cualidades que se mantendrán durante mucho tiempo.

La bomba de vacío para vino es una herramienta para conservar el vino y evitar su corrupción gracias al aparato extractor y al tapón adecuado para ello, que hace clic cuando se ha extraído todo el aire de la botella.

Igual que la bomba de vacío, al extraer el oxígeno de la botella de vino, permite su conservación y evita su avinagramiento, así también el Espíritu Santo realiza en nosotros una acción semejante: “la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4,7). El Espíritu Santo, verdadera Paz de Dios, realiza esta función de custodia del corazón y de los pensamientos. Es el vigilante, custodio, protector, guardián de los pensamientos y deseos del corazón. El Espíritu Santo es quien hace que no “se pique” nuestra vida, es quien evita que aparezca el avinagramiento. Bastará conservar al que nos conserva, es decir, no contristar al Espíritu Santo que es quien sella la embocadura de nuestra vida para que no entre la corrupción: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final” (Efesios 4,30).

Igual que de vino, hemos de dejarnos llenar de Espíritu Santo (ver Hechos de los apóstoles 2, 1-11). Pidámoslo para que repueble la faz de la tierra de alegría y caridad (ver salmo 104 (103), 24-34). Bebamos ese Espíritu, que siendo uno solo, permite que Dios obre todo en todos para el bien común. (Ver 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13).

Y si el pecado ha hecho nuestra vida ácida, con asperezas en el trato, llena de disgustos, amarguras, contrariedades, insatisfacciones, desánimos… es decir, se está “picando” como el vino y se va avinagrando, deja que el señor te perdone por medio del Sacramento del Perdón, pues esta fue la misión que dio Jesús a su Iglesia, a los apóstoles y sus sucesores, el consuelo del perdón: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Ver Juan 20, 19-23). El Espíritu santo, verdadero Perdón de Dios, puede eliminar el oxígeno que hemos dado al hombre viejo, para que muera, y devolvernos la juventud y limpia hermosura del alma.

Jesús, vuestro párroco

 

30 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 70

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (70)

El ministerio de la consolación en el Sacramento del perdón

 

Queridos hermanos:

 

Noé, nuevo Adán, principio de una nueva humanidad salida de las aguas del Diluvio, lleva en su nombre la misión de aliviar y consolar: “Lamec tenía ciento ochenta y dos años cuando engendró a un hijo, a quien llamó Noé, pues dijo: «Este nos aliviará (consolará en la traducción de la Biblia de Jerusalén) de nuestro trabajo y del cansancio de nuestras manos”. Ya estaba en él en figura lo que sería la misión de Jesucristo y del Espíritu Santo y de la Iglesia: consolar.

 

Un sacramento donde se manifiesta este consuelo y la función intercesora de la Iglesia es el Sacramento de la Reconciliación. Sus efectos espirituales son así descritos en el Catecismo: “Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia; la reconciliación con la Iglesia; la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales; la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual; el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1496).

 

Ahora yo te pregunto: ¿cómo se consuela a un enemigo? ¿Cómo se consuela a un malvado? Jesús así hizo en la cruz: consolar a los pecadores invitándolos al arrepentimiento con la certeza de que su sangre derramada (actualizada en la Alianza eucarística) era para el perdón de los pecados (ver Hechos de los apóstoles 2, 36-39).

 

Del Sacramento del Perdón puedes aprender a ver esto mismo: un pecador arrepentido que recibe el consuelo del perdón y la reconciliación con Dios y con los demás a través del ministerio de los sacerdotes ver (2 Corintios 5, 18-20). En el Sacramento de la Misericordia es Jesucristo el que sale a buscar a la oveja perdida hasta que la encuentra (cf. Lucas 15, 4-7), es la Iglesia la que busca cuidadosamente la dracma hasta que la encuentra (Lucas 15, 8-10), es el Padre el que espera al pecador y le ofrece el consuelo espiritual de un banquete de acogida (Lucas 15, 11-24).

 

Y el mismo Sacramento del perdón, a imitación del Señor que reina desde su cruz amando al enemigo, por la acción del Espíritu Santo, nos enseña a ser consuelo para los pecadores ofreciendo el perdón que recibimos del Señor, como dice la oración del Señor: “perdona… como nosotros perdonamos…”.

 

¡Qué luminosas son estas palabras del Catecismo!: “No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2843). A eso estamos llamados: a ofrecernos al Espíritu Santo y transformar la ofensa en intercesión, para que nuestro hermano, también el que nos ofendió, no esté solo.

 

Jesús, vuestro párroco

 

29 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 69

  “¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (69)

La presencia de la paloma: el ministerio de la consolación

 

Queridos hermanos:

 

La aparición de la paloma en el arca, llevando ese ramo de olivo, fue un consuelo. Ante el horizonte de muerte (todo sumergido bajo las aguas) apareció una respuesta de vida. Y así la paloma se convirtió en un abogado o paráclito de esperanza.

 

Jesús, enviado por el Padre, es nuestro primer paráclito. El Espíritu Santo es nuestro “otro paráclito”. Dice el Catecismo de la Iglesia: “Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno", "advocatus" (Juan 14, 16 y 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Juan 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Juan 16, 13)” (nº 692).

 

El Espíritu Santo realiza en nosotros la Consolación. Si lo llamamos, cumple su misión de no dejarnos solos, de hacernos presente a Dios Padre y su amor a través del Hijo.

 

Este ministerio también está llamado a realizarlo la Iglesia. El modelo de la Iglesia es la Virgen María. De ella decimos en la Salve: “Ea, pues, Señor, Abogada nuestra”. Cada santo es abogado e intercesor. Cada uno de nosotros está llamado a ser abogado – paráclito de su hermano. No acusador o Satán. El Espíritu Santo hace a la iglesia a su imagen y semejanza. El amor derramado en nuestros corazones asemeja al amante y al amado. Esa semejanza que había quedado oscurecida por el pecado es devuelta con el don del Espíritu Santo. Lo que es y hace el Espíritu Santo también lo realiza la Iglesia que ha sido transformada en el amado.

 

Y por eso la Iglesia lleva a cabo el ministerio de la Consolación - “Consolad, consolad a mi pueblo” (ver Isaías 40, 1-11) -, a través del anuncio de la Buena Noticia, hablando o gritando, alzando fuerte la voz (40, 2-3 y 6-8), a través del pastoreo en la que la oveja se sabe acompañada (40, 11), a través del ejercicio de la Caridad.

 

Ven Espíritu Paráclito, reaviva nuestra esperanza y haz de nosotros imagen (Jesucristo) y semejanza (Espíritu Santo) de Dios Padre en el amor.

 

Jesús, vuestro párroco

 

28 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 68

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (68)

Pidamos al Señor trabajadores de la fe

 

Queridos hermanos:

 

Pidamos que nuestro trabajo no sea infecundo. Que no sea estéril dentro y fuera del arca. Que nuestro trabajo no caiga en saco roto. Pues muchas veces nos ocurre como le pasaba a Santo Domingo de Guzmán. Se dice que la Beata Juana de Aza, su madre, le decía: “siembras mucho y riegas poco”. Se refería a que veía a su hijo trabajar hasta la extenuación, sin embargo con poco fruto. Y le invitaba a dedicarse más a la oración que es la que riega lo sembrado. Por eso Santo Domingo fundó monasterios de mujeres (las dominicas) que se dieran a la oración en los lugares donde los frailes se dedicaban al estudio y la contemplación para la misión de predicar.

 

Sin la oración, sin dedicar tiempo al Señor, nos pasa como dice el profeta Ageo: “Sembrasteis mucho y recogisteis poco; coméis y no os llenáis; bebéis y seguís con sed; os vestís y no entráis en calor; el trabajador guarda su salario en saco roto” (ver Ageo 1, 1-6).

 

También Jesús, ante la necesidad de la evangelización de las gentes puso en primer lugar la oración: “Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mateo 9,36-38).

 

Oremos con confianza en la Providencia. No nos afanemos como los gentiles: “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas” (ver Mateo 6, 28-34).

 

Esa mies es la humanidad por evangelizar que ha sido sembrada por la acción del Señor. Para la evangelización se puede utilizar la imagen del arado, en la que el terreno endurecido se rotura, esponja y oxigena; la de quitar las piedras, para que lo sembrado pueda hacer más raíz; la de quitar los abrojos y espinos; la de sembrar; la de segar. La siega es la acción por la que se recoge el grano para el granero del Señor. Es una acción de recoger el fruto de todo un trabajo. Es el acto de la consagración, de la ofrenda de lo trabajado, de recoger para el Señor.

 

El Señor nos contrata por la fe a trabajar en la viña, para que no se pierda ninguno. Y da igual que hayamos sido llamados antes o después. Nos dice: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido” (ver Mateo 20, 1-16). Y así, participemos de la alegría de que a los últimos y a los primeros se nos pagará con la misma paga: estar con Jesucristo, junto al Padre y al Espíritu Santo.

 

Jesús, vuestro párroco

 

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 67

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (67)

El trabajo de la fe

 

Queridos hermanos:

 

La fe, nos dice el catecismo, es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él. Para dar la respuesta de la fe a Dios que nos ama y se revela, hace falta la gracia de Dios, el auxilio interior del Espíritu Santo que se adelanta y nos ayuda, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad' (ver Catecismo Iglesia Católica nº 153).

 

La fe es gracia. Ahora bien, la fe, nos dice el catecismo, también es un acto humano, en la que nuestra inteligencia y nuestra voluntad cooperan con la gracia de Dios (ver Catecismo Iglesia Católica nº 154). Sería un error pensar: “puesto que la fe es gracia, no tengo nada que hacer. Todo lo hace Dios.” Sí, pero Dios te da la gracia para que hagas lo que tienes que hacer, que es creer. Y ahí está el uso de nuestra libertad para secundar la gracia de la fe.

 

Jesús mismo invitará a trabajar la fe. Después de la multiplicación de panes y peces en una orilla del lago de Galilea, al día siguiente, en Cafarnaúm, tendrá lugar este diálogo:

 

“Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». (Juan 6, 25-29).

 

El trabajo que Dios quiere es creer en Jesucristo. Es el trabajo en el que uno descubre que es el Señor el que ha hecho el trabajo (ver Romanos 4,1-8). El trabajo que Dios hace en nosotros es que nos ama, perdona, justifica, y confiere la dignidad de Hijos suyos. Como respuesta a este amor aparece, la alegría, el agradecimiento y el trabajo afanoso por el evangelio y por los demás.

 

La alegría y el agradecimiento son unos motores de trabajo impresionantes. Aunque tengas un solo talento, no lo entierres por la holgazanería al compararte, y ver que otros tienen más. Muéstrate más bien agraciado, agradecido y dichoso de que se te ha confiado el incremento de esa gracia con otra gracia que es trabajar por su aumento.

 

Fíjate en algunos miembros de la comunidad cristiana de Roma a los que alude San Pablo al final de su carta a los romanos. Fíjate en María, Urbano, Trifena y Trifosa y Pérside (ver Romanos 16,6-12).

Y es que Jesús nos dio ejemplo de esto cuando habló de que su alimento era trabajar en la voluntad del Padre y llevar a término su obra, aun con la fatiga de la siembra, pero con no menos alegría que la que tienen los que siegan que no se han cansado en la siembra (ver Juan 4, 31-38).

 

Jesús, vuestro párroco

 

26 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 66

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (66)

Un modelo a imitar de trabajo en el arca

 

Queridos hermanos:

 

San Pablo se presentó, ante las diversas comunidades a las que anunció el Evangelio y celebró los sacramentos para derramar la gracia, como un ejemplo en el trabajo con las propias manos para no ser gravoso a nadie: “Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no ser gravosos a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios” (1 Tesalonicenses 2, 9).  Y a su vez tratando a los hermanos en Cristo con “delicadeza…como una madre que cuida con cariño de sus hijos” (2,7), o como un padre que anima, exhorta o urge “a llevar una vida digna de Dios” (2, 12). Su trabajo entre los discípulos no procedía del error o de motivos turbios; no utilizaba la mentira como medio; no buscaba como fin contentar a los hombres, o buscar honor entre ellos, por medio de la adulación ni tenía como finalidad una codicia disimulada (2, 3-6). Ni en su origen, ni en sus medios o métodos ni en su finalidad (aun la más oculta), San Pablo trabajó apoyado en el Señor, con valentía para seguir anunciando el Evangelio a pesar de muchos sufrimientos, injurias y oposición (2, 1-3), con lealtad y rectitud (2, 10) hasta el punto de que en ese trabajo se estaba entregando su propia persona. Trabajó dándose a sí mismo (2, 8). (Ver 1 Tesalonicenses 2, 1-11).

 

Un ejemplo a imitar. San Pablo no dijo: “ya he trabajado bastante”, sino “he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.” (ver 1 Corintios 15, 9-10). ¿Quién se apunta a trabajar más que el otro para la gloria de Dios? ¿Quién quiere hacerlo además como último, como un loco, como un débil, encima un despreciado, abofeteado, insultado, perseguido, calumniado, tratado como un deshecho? (ver 1 Corintios 4, 9-13). ¿Quién se anima a trabajar como un servidor, como un co-laborador de Dios, es decir, alguien que recibe la gracia de Dios y se pone manos a la obra, sabiendo que el que es digno de estima es el Señor, pues nosotros nada somos?  (Ver 1 Corintios 3, 5-10).

 

Y es que San Pablo ha encontrado la felicidad en dar, en darse, con su trabajo diario. Y así lo explica: “De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”» (Hechos 20, 33-35).

 

Jesús, vuestro párroco

 

25 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 65

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (65)

El trabajo por la paz en el arca

 

Queridos hermanos:

 

El trabajo realizado en el arca no era un trabajo servil. La tareas realizadas por Noé, Sem, Cam, Jafet o por sus esposas, en el mantenimiento y cuidado de los animales o de ellos mismos, era una colaboración con Dios. Realizaron tareas que sirvieron para el bien de ellos y de la creación entera. Gracias a su trabajo hoy contemplamos la maravilla de esta creación. Nosotros, como ellos, somos colaboradores de Dios con nuestro trabajo. “Cada trabajador, afirma San Ambrosio, es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia nº 265).

 

Jesús en el evangelio nos dejará una Bienaventuranza que habla del trabajo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5, 9).

 

“En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero en el taller de José (…) Jesús condena el comportamiento del siervo perezoso, que esconde bajo tierra el talento (cf. Mt 25,14-30) y alaba al siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que se le han confiado (cf. Mt 24,46). Él describe su misma misión como un trabajar: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» (Jn 5,17)” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia nº 259).

 

Los judíos le acusaban de haber curado a un paralítico en el día del descanso, en el sábado. Entre otras cosas ¿en qué trabaja el Padre y en qué trabaja Jesús? Jesús mismo contará a los judíos que su trabajo es resucitar muertos y dar vida, igual que el Padre (ver Juan 5, 19-21).

 

“Durante su ministerio terreno, Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. (…) Liberar del mal, practicar la fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble, es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia nº 261).

 

Igual te puedes plantear: trabajar ¿para qué? Trabajar para colaborar con Dios en la custodia de la creación. Trabajar para para el bien común. Trabajar por la paz en tu casa. Son buenos motivos. La ociosidad es una injusticia y conlleva muchas peleas con padres, hijos, hermanos o compañeros de trabajo. ¡A ver si encuentras más motivos para trabajar!

“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5, 9).

 

Ociosidad – injusticia –guerras y discusiones interminables.

Trabajo-justicia y caridad-paz.

 

Pidamos la gracia del Espíritu Santo que nos mueva al trabajo, a los buenos frutos, al trabajo por la paz (Ver Santiago 3, 17-18)

 

Pidamos la gracia del Espíritu Santo que nos mueva al trabajo del amor fraterno, para ayudar a los demás y para no tener necesidad de ser ayudado, más bien de ayudar (ver 1 Tesalonicenses 4 9-12).

 

Jesús, vuestro párroco

 

24 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 64

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (64)

Anclas de esperanza

 

Queridos hermanos:

 

Los que han seguido desde el principio las migajas recordarán la utilización de una imagen para hablar de la esperanza. Fue en la migaja nº 9. Entonces decíamos: “El arca de Noé tenía un ancla. Esa ancla era la esperanza. Seguramente Noé tendría momentos de desánimo, de pérdida de esperanza. Tantos días en el arca que parecían no tener fin. Pero fue la gracia del Espíritu Santo la que le mantuvo firme en la fe. Pidámoslo. La esperanza no defrauda.”

 

En tiempos de crisis se hace especialmente necesaria una espiritualidad de la esperanza que haga de nosotros, junto con Cristo, anclas de esperanza.

 

 Decía el Papa Benedicto: “La esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, "en ella tenemos como una ancla de nuestra alma" (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido. ¿Y qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos, sino esto: una sólida ancla para su vida?”. (Benedicto XVI. Regina Caeli. Domingo de la Ascensión del Señor, 4 de mayo de 2008).

 

Un ancla es lo que da seguridad a un barco. Con ganchos metálicos para aferrarse a las rocas evita que el barco vaya a la deriva o naufrague. No se ve. Pero hará que el barco aguante las embestidas de las olas y los vientos.

 

Cristo ha subido al cielo ante la mirada de los discípulos (ver Hechos de los apóstoles 1, 1-11). Ha ascendido victorioso sobre el diablo, sobre el pecado, sobre la muerte (ver salmo 47(46), 2-9). Con su ascensión ha introducido la humanidad en el cielo, en la Casa del Padre, ofreciéndonos una esperanza, una herencia y un poder grande y extraordinario (ver Efesios 1, 17-23). Es la certeza de la victoria. Es como un ancla del barco de la humanidad colocada en el cielo.

 

El catecismo dice que “dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre". (nº 661). La certeza de llegar a puerto se disuelve. Pero Cristo es nuestra esperanza, nuestra ancla.

La tarea del cristiano es hacer presente la vida del cielo en la tierra, aportando en cada gesto y en cada palabra la certeza y seguridad del amor de Dios y el destino al que somos llamados. La ascensión de Cristo revela la grandeza y la dignidad de cada hombre.

 

La Iglesia tiene la misión de hacer presente la espiritualidad de la ascensión, espiritualidad de esperanza, certeza de llegada a la Casa del Padre, en nuestra travesía por las tempestades de este mundo. Es lo que indica el “Id” de Jesús en el Evangelio (ver Mateo 28,16-20).

 

Jesús, vuestro párroco

 

23 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 63

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (63)

Una pereza especial en el arca

 

Queridos hermanos:

 

Es fácil que algunos de los miembros del arca cayeran en la pereza. Pero no por vagancia solamente. La pereza puede ir acompañada con un cierto estado de aburrimiento, disgusto, contrariedad de dejar lo que uno tenía antes del confinamiento en el arca, abatimiento, desánimo, languidez, sopor, indolencia, adormecimiento, somnolencia, pesadez, tanto del cuerpo como del alma (cf. Jean Claude Larchet. Terapéutica de las enfermedades espirituales. Ed. Sígueme. Salamanca. 2016. Pág 187ss).

 

Es lo que se llama ACEDIA. Aparece una insatisfacción vaga y generalizada en la que uno no siente gusto por nada, todo lo encuentra aburrido, soso, insípido y uno deja de esperar algo de la vida. Se hace incapaz de permanecer en un sitio, de orar, necesita salir, a errar, a vagabundear. También se puede hacer esto navegando por internet. Y necesita contactar con alguien en conversaciones larguísimas, huyendo de los quehaceres diarios, o de las obligaciones laborales que le dejan insatisfecho. Aparecen la inquietud, la ansiedad, el disgusto.

 

Cuando esto se aplica a la oración se despierta esta enfermedad espiritual. Simeón, el Nuevo Teólogo, decía: “El demonio de la acedia suele atacar especialmente a quienes ya están avanzados en la oración o la practican con asiduidad”. Es a la hora de la oración cuando entra el sueño, la pesadez del cuerpo, y aparecen hasta los bostezos. Cuando acaba la oración volvemos a estar frescos para otra cosa. Una de las causas es el apego al placer y la falta de fe.

 

Estas palabras de San Pablo pueden ayudarnos a despertar: “no nos entreguemos al sueño como los demás, sino estemos en vela y vivamos sobriamente”(…)” nosotros, que somos del día, vivamos sobriamente, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación”(…) Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos” (ver 1 Tesalonicenses 5, 1-24; puedes ver también Marcos 13, 33-37 y Romanos 13, 10-11).

 

Jesús, vuestro párroco

 

22 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 62

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (62)

El trabajo en el arca

 

Queridos hermanos:

 

Al principio de la estancia en el arca, los que formaban parte de esa tripulación (Noé y su esposa, Sem y su esposa, Cam y su esposa y Jafet y su esposa), pudieron estar asustados, temerosos, con incertidumbre y bastante inseguridad…. Una vez comenzó la lluvia torrencial, tantos días lloviendo, el movimiento en el interior del arca pudo provocar mareos, vómitos y una cierta angustia. Los primeros días debieron ser muy difíciles. Pero pronto se dieron cuenta que se tenían que organizar, pues tenían a su cargo las vidas de todo un zoológico. Y había que atender, alimentar, limpiar a los animales. Y cuando uno está ocupado no tiene tiempo de estar pendiente de sí mismo.

 

Ciertamente nuestro confinamiento ha podido hacernos descubrir la parte más salvaje de uno mismo. A lo mejor entraste como Noé y te has ido descubriendo un poco oso perezoso que practica el duerming y el siesting y el noning, o un poco avestruz que se esconde practicando el queseapañing o el escaqueing. Quizá te has parecido al camaleón, (un poco por cama, un poco por león), y has practicado respecto a la oración y la escucha de la Palabra de Dios y la misma Eucaristía el nofafalting (también llamado nohacefalting). Sería interesante ver con qué animal te podrías identificar en este tiempo de confinamiento.

Uno de los enemigos principales de la vida en el arca es la pereza.

 

El libro de los proverbios presenta como imagen de laboriosidad a la hormiga (Ver Proverbios 6, 6-11), advirtiendo que la pereza abre la puerta a la miseria.

 

Y es que la pereza es una forma de robo: “El ladrón, que no robe más; sino que se fatigue trabajando honradamente con sus propias manos para poder repartir con el que lo necesita.” (Efesios 4, 28). Igual que la vanidad o vanagloria le roba la gloria a Dios, la pereza roba el tiempo que debemos a Dios y a los demás.

La comunidad cristiana de Tesalónica recibió una carta de San Pablo en la que les hablaba de la Venida del Señor: “vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5, 2). Algunos de la comunidad entendieron la venida del Señor como inminente, de tal forma que dejaron de trabajar y se dedicaron a la contemplación. Y como el Señor se retrasaba empezaron a no hacer nada y metiéndose en todo. Así que San Pablo tuvo que escribir otra carta para dirigirles una palabra al respecto de ese desorden que se había creado, dándoles la regla de oro del trabajo cristiano: “si alguno no quiere trabajar, que no coma.” Aquí San Pablo une admirablemente a Marta y a María: “En nombre del Señor Jesucristo, os mandamos, hermanos, que os apartéis de todo hermano que lleve una vida desordenada y no conforme con la tradición que recibió de nosotros. Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma.  Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Por vuestra parte, hermanos, no os canséis de hacer el bien.” (2 Tesalonicenses 3, 6-13).

Jesús, vuestro párroco

 

21 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 61

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (61)

El arca de tu corazón

 

Queridos hermanos:

 

Dice san Pablo: “La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.” (Leer Romanos 10, 8-18).

 

Fijémonos en cómo la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, entra en el arca del corazón.

 

1. Primero fue enviada por el Padre.

2. Una vez enviada, anunció el Evangelio con palabras y con obras.

3. Anunciada la Buena Noticia creyeron en él los pequeños y sencillos.

4. Creído el anuncio invocaron el nombre del Señor.

Conclusión: Por la fe del corazón fueron justificados. Por la profesión de los labios fueron salvados. 

 

La palabra entró por la puerta de tus oídos y se adentró por la escucha de la Palabra. Por eso son tan importantes los misioneros: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien! (versículo 15). Jesús mismo dirá: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza (ver Lucas 10, 1-16).

 

Y se hace presente el mandato de Jesús: “Shema”, “Escucha, Israel” (ver Marcos 12, 28-34).


Una vez acogida la Palabra en el arca de tu corazón “estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él (ver Efesios 2, 1-10), es decir, nos justificó y nos glorificó.

 

Esa Palabra que te está salvando no puede estar encadenada. Por eso es tan importante guardar su Palabra en el corazón: “Si alguno me ama, guardará mi palabra” (Juan 14, 23). Pues esa palabra sale por la puerta de los labios al profesar que Jesús es el Señor (la confesión de fe), al hacer de ti mensajero de la Palabra. Y sale también por las manos, por las obras, pues una fe que reside en el arca del corazón, pero no tiene obras, está muerta (ver Santiago 2, 14-26). En definitiva, es la fe del corazón, profesada por los labios y que actúa por la caridad (ver Gálatas 5,6)

 

Jesús, vuestro párroco

 

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 60

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (60)

Santos confinamientos


Queridos hermanos:

No fue solamente el de Noé el único confinamiento santo en la historia de la salvación.
Pongamos algunos ejemplos:

Job estuvo confinado en una enfermedad muy penosa, pero al final de sus días el Señor le bendijo multiplicando los bienes que tenía antes de esa enfermedad: “El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio. Llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma; la segunda, Acacia; y la tercera, Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre las hizo herederas, igual que a sus hermanos. Job vivió otros ciento cuarenta años, y conoció a sus hijos, a sus nietos y a sus biznietos. Murió anciano tras una larga vida” (Job 42, 12-16).

Daniel, el profeta, estará seis días en el foso de los leones donde habían siete leones que cada día comían dos cadáveres y dos carneros y que durante el confinamiento no recibieron alimento.
Es muy hermosa la ayuda que Daniel recibe del Señor por medio de otro profeta, Habacuc. Éste está preparando un cocido para llevarlo a los segadores cuando el Señor lo llevó por los pelos hasta donde estaba Daniel para que recibiera alimento. No fue devorado y encima tuvo una experiencia de providencia y delicadeza del Señor. (Ver Daniel 14, 31-42).

El mismo San Pablo vivirá un tiempo encarcelado por dar testimonio de Cristo y de la resurrección. Puedes leer el momento en que Pablo es arrestado (Hechos de los Apóstoles 21, 27-40. Si tienes tiempo es muy interesante leer el Discurso que Pablo hizo a los judíos de Jerusalén tras su arresto en Hechos 22 y la escena de su defensa ante el Sanedrín en Hechos 23).
Cuando San Pablo escribe a Timoteo está preso en Roma. Pero aunque está entre cadenas como un malhechor, la Palabra de Dios no está encadenada (ver 2 Timoteo 2, 8-13). Nosotros diríamos: la Palabra de Dios no está confinada, vuela como la Paloma del arca, y ya ningún arca podrá detenerla para llegar a los confines de la tierra.

El confinamiento puede traer abundantes gracias de intimidad en la oración (es el “entra en tu aposento, cierra la puerta, ora a tu Padre” de Mateo 6,6), de alabanza y gratitud como los tres jóvenes en el horno encendido (Daniel 3, 24 y 51-90), de incremento de amor a Dios y al prójimo… Somos, como dice Zacarías, “prisioneros de la esperanza” (Za 9, 12). Prisioneros, sí. Con libertad restringida. Pero alimentando la esperanza.

Jesús, vuestro párroco

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 59

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (59)


Los descendientes de Cam 2


Queridos hermanos: 

Una vez, en un claustro de profesores, se evaluaba a un alumno del cual todos los profesores decían: “nada. No hay nada que hacer con él.” Uno de los maestros, el profesor de religión, dijo: “¿Seguro que no hay nada que hacer?” Y les mostró una manzana podrida. La miraron con asco y le dijeron que, por favor, retirara aquello, que tirara aquello. Retirar y tirar. Sin embargo les dijo: “¿Piensan que no se puede hacer nada con esta manzana podrida?” Le dijeron que no. Y él les expuso que con las semillas de esa manzana se puede sacar simiente para plantar manzanos. Así hizo el Señor con los descendientes de Cam.

Jesús mismo encontrará en un centurión romano (ver Mateo 8, 5-13) y en una cananea (ver Mateo 15, 21-28) más fe que en muchos del pueblo semita, el pueblo de Israel.

Cuando Jesús fue a los suyos, al pueblo donde se había criado, a Nazaret, (Ver Lucas 4, 16-30) les puso el ejemplo de Elías que fue atendido por una viuda de Sarepta, que estaba en territorio de Sidón. Fuera, diríamos, de la jurisdicción y del poder del Dios de Israel. Pero el poder de Dios se extiende también a tierra extranjera (ver 1 Reyes 17,7-24). Esta viuda reconocerá en Elías: “«Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que la palabra del Señor está de verdad en tu boca» (versículo 24).

Y Jesús pondrá también el ejemplo de Naamán, que es sirio, un general que ha quedado leproso, y que se curará por mediación de Eliseo (Ver 2 Reyes 5, 1-15).

Por eso dos consejos. Primero: ni te confíes por estar dentro del arca, por estar dentro de la Iglesia, o participar físicamente de los sacramentos o por tener buenas obras: “no te hagas ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán” (cf. Lucas 3,7).

Segundo: ni desesperes, pues Dios es capaz de sacar de las piedras hijos de Abrahán (cf. Lucas 3,8), y al acebuche u olivastro injertarlo para que participe de la raíz y de la savia del olivo (Romanos 11, 16-24).

Jesús, vuestro párroco

18 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 58

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (58)

Los descendientes de Cam 1


Queridos hermanos:

Cam, tras salir del arca, verá la desnudez de su padre. Y podríamos preguntarnos ¿para qué dejó Dios entrar a Cam en el arca si después iba a cometer este pecado? ¿No hubiera sido mejor dejar que pereciera? No somos quienes para juzgar, pero el Señor tiene sus designios y lleva la historia. Lo irás viendo en esta migaja y la que viene.

Cam, nos dice la Escritura, tuvo cuatro hijos: “Cus, Misráin, Put y Canaán”. Sus nietos y bisnietos poblarán Etiopía, Arabia, Canaán, Egipto. Tened en cuenta que a Egipto se le llamará país de Cam (Salmo 105 (104), 27). Serán los enemigos históricos de Israel: los filisteos, cananeos, jebuseos, amorreos, guirgaseos, heveos, etc.

Las posibles identificaciones incluyen: Kus, (Etiopía); Misráyim, (Egipto), y Put, (Libia).
Además su nieto será Nimrod, el primer prepotente, que someterá pueblos y edificará Nínive y Babel. Seguramente te sonará la torre de Babel (cf. Génesis 10, 6-10). La respuesta que Dios dará a este prepotente será la humilde fe de Abraham.

Podemos pensar… todos son malos malísimos: Egipto, Canaán, Filistea, Asiria, Babilonia… enemigos de Israel.

En cambio, el pueblo de Israel proviene de Sem. Son “semitas”. Abraham es descendiente de Sem. Y así podemos pensar que ésos son los buenos. Siempre tenemos delante el peligro del maniqueísmo.
Igual que cuando hablamos del cuervo y la paloma (migajas 5, 6 y 7), no podemos caer en pensar: el cuervo es el malo y la paloma la buena.

La Sagrada Escritura abre una esperanza bellísima a los “Cam” de cada época.

Pues anuncia que Jerusalén será madre de los pueblos que en otra época fueron enemigos: “«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí» (ver Salmo 87 (86), 1-7). Todos los citados son descendientes de Cam.

Recodemos a Rajab, la prostituta de Jericó, que es cananea y hará una magnífica confesión de fe en el Señor, el Dios único, Creador y Señor de la Historia (versículo 11) véase Josué 2, 1-21) y quedará incluida entre los antepasados de Jesucristo (ver Mateo 1,5) La carta a los Hebreos (11,31) la alaba por su fe y la carta de Santiago (2,25) por sus obras.

No juzguemos el papel que cada uno juega en la historia. Pues poderoso es Dios para injertar al desgajado (cf. Romanos 11,23). Los planes de Dios superan nuestros entenderes (cf. Romanos 11, 30-35).

Jesús, vuestro párroco

17 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 57.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (57)

El verdadero Noé murió por los culpables, para conducirnos a Dios.

Queridos hermanos:
Dice el libro de la Sabiduría: la Sabiduría “misma va de un lado a otro buscando a los que son dignos de ella; los aborda benigna por los caminos y les sale al encuentro en cada pensamiento. Su verdadero comienzo es el deseo de instrucción, el afán de instrucción es amor, el amor es la observancia de sus leyes, el respeto de las leyes es garantía de inmortalidad y la inmortalidad acerca a Dios; por tanto, el deseo de la sabiduría conduce al reino” (Sb 6, 16-20).
Es lo que hizo en tiempos de Noé. La Sabiduría misma buscó a los que eran dignos de ella y solamente encontró a Noé, que deseaba instrucción, que amó al Señor, observó sus mandatos andando cerca de Dios.
Noé deseaba esta sabiduría. No era un satisfecho. “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!...” Lucas 6, 25). Noé estaba hambriento de la gracia de Dios (cf. María proclamando: “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.” (Lucas 1, 53).
Esa sabiduría es la que movió a Felipe y lo llevó a Samaria para predicar a Cristo, expulsar demonios y sanar a paralíticos y lisiados. Y los samaritanos, como la samaritana del Evangelio (Juan 4, 13-15) son sedientos de la palabra. Por eso, cuando vayan Pedro y Juan a llevarles el Espíritu Santo no tendrán la actitud del satisfecho, al contrario, como tierra reseca se abrirán a recibir el Espíritu Santo por la imposición de manos (ver Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17).
Con Jesús esa sabiduría tiene sed de ser amado para darnos su Santo Espíritu. “Si me amáis”. 
A esa sabiduría se accede por el amor a Jesús. Para amar a Jesús hace falta primero desear amarlo. Su sed nos hace desear y en en este deseo está el principio del amor a Jesús. Y amar a Jesús consiste en guardar su Palabra (ver Juan 14, 15-21).
Noé guardó la Palabra que Dios le daba, sin hacer cosas por su cuenta, llevando a la práctica todo cuanto el señor le mandaba. El ejemplo que más me llama la atención es el de no salir hasta que el Señor le dijera: “sal…”.
Pero la imagen de Noé tiene sus limitaciones. Noé se salvó en el arca. Los de su generación, pecadores, todos perecieron. Noé no murió por ellos. En cambio Jesucristo, verdadero Noé, “murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios.” Eso no lo hizo Noé. Para que la humanidad no pereciera en las aguas de la muerte que ocasiona el pecado, Cristo murió por los impíos. “Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.” (Ver 1 Pedro 3, 15-18). Ese mismo Espíritu es el que quiere darnos Jesús, pues dice: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Ese Espíritu Santo que está en nuestra casa interior susurrando amor, susurrando el amor del Padre y el Amor de Jesus a los que aman a Jesús y guardan su Palabra.
Jesús, vuestro párroco

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 56

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (56)

Cam vio la desnudez de su padre


Queridos hermanos:

Cam, tras salir del arca, verá la desnudez de su padre (ver Génesis 9, 18-27). Para entender la gravedad de este pecado hace falta la luz de este otro texto: “No hagáis lo que se hace en la tierra de Egipto, donde habéis habitado, ni lo que se hace en la tierra de Canaán, a donde os llevo; no sigáis sus costumbres (…) No descubrirás la desnudez de tu padre y de tu madre. Es tu madre; no descubrirás su desnudez. No descubrirás la desnudez de la mujer de tu padre: es la desnudez de tu padre. No descubrirás la desnudez de tu hermana por parte de padre o por parte de madre, nacida en casa o fuera de ella…” (ver Levítico 18, 1-30).

Son los pecados de Egipto, de Canaán, de Sodoma o Gomorra, descendientes todos de Cam. Sobre todo hace referencia a los desórdenes en el ámbito de la sexualidad.

Hoy es muy fácil ver la desnudez de una persona… a través de la pornografía.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico” (nº 2354).

Cam se ha degradado a puro «sexo», Cam ha convertido su propio cuerpo o el de su padre en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender (cf. Benedicto XVI. Deus Cáritas est nº 5. Aquí sustituyo el eros de que habla el Papa por la figura de Cam). Será largo el camino que tendrá que recorrer el Señor con Cam para purificarlo y elevarlo. Para descubrirle que su cuerpo es templo del Espíritu Santo (ver 1 Corintios 3, 16-17 y 1 Corintios 6, 12-20) y que estamos llamados a la santidad. Hará falta toda una historia de salvación para que un gentil, un pagano, un cananeo (descendiente de Cam), descubra que el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Que no es buscarse a sí mismo o vivir para sí mismo, buscar ser feliz sea como sea, sino buscar “más bien el bien del amado”. Descubrirá, por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, - que se compara al camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante-, que el amor se convierte en renuncia y está incluso dispuesto al sacrificio por la persona amada. Que el amor no es un arrebato momentáneo, sino un camino permanente, un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí.  (Cf. Benedicto XVI. Deus Cáritas est nº 6).

Jesús, vuestro párroco


15 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 55

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (55)

Cam estaba falto de fe


Queridos hermanos:

Algo parecido a lo que le ocurrió a Cam le ocurrió al pueblo de Israel. Estando en Egipto esclavo, el Señor los hizo salir a través de milagros y milagros. Caminaban por el desierto junto a Moisés, pero no se unieron por la fe a los que les anunciaron la entrada en el descanso de la Tierra Prometida y sus cadáveres cayeron en el desierto y no pudieron entrar por falta de fe (ver Hebreos 3, 12-19 y 4, 1-11).

San Pablo, que escribe a San Timoteo para animarle a perseverar, le cuenta que no todos perseveran. Y pone el ejemplo de Demas: “Demas me ha abandonado, enamorado de este mundo presente, y se marchó a Tesalónica” (versículo 10). Ha estado con San Pablo. Pero no se ha dejado transformar por su ministerio. Cuenta también que un tal Alejandro, el herrero, se ha portado muy mal con Pablo y expresa la misma experiencia que tuvo Jesús en Getsemaní y en su pasión: “nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas” (Versículo 16-17). (Puedes leer 2 Timoteo 4, 7-18).

San Juan describe la misma situación. Miembros de la comunidad cristiana estaban como uno más de los hermanos. Pero no eran. Su corazón no estaba levantado hacia el Señor. Así los describe: “Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros” (ver 1 Juan 2, 18-25).

Es conocido también el ejemplo de Judas. Ha estado con Jesús. Era uno de sus íntimos. Y traicionó a Jesús entregándolo con un beso. Cuando Jesús anuncia esta traición en la última cena cada discípulo, uno tras otro, iba diciéndole a Jesús: «¿Soy yo acaso, Señor?» (Mateo 26, 20-25).

Cualquiera de nosotros puede ser Cam, Demas, Judas o el pueblo de Israel que endureció el corazón. Por eso animémonos a perseverar, no endurezcamos el corazón, temamos, dejémonos transformar por el Señor y pidamos que su salvación se haga carne de nuestra carne. La fe es lo que hace poroso el corazón para recibir la gracia que nos transforma. Si hoy te ves parecido a Cam, no desesperes, no endurezcas el corazón.

Jesús, vuestro párroco

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 54

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (54)


El significado del nombre de Cam


Queridos hermanos: 

Dice algún rabino que Sem significa “nombre”: él tenía la sabiduría de dar nombres al igual que Adam. Cam significa “caliente”: él personificaba el calor sensual de los deseos físicos. Jafet significa “belleza”: su legado era el arte y la cultura. [Una curiosidad: de la raíz hebrea de Jafet viene el español “guapo/a”].

Preguntábamos: ¿El hecho de vivir en el arca físicamente es suficiente para que se produzca una transformación para bien? Ciertamente no. El corazón de Cam no será transformado pues se dejará llevar por sus pasiones desordenadas, por el calor de sus impulsos. El libro del Eclesiástico hace la invitación a no secundar las pasiones desordenadas del corazón: “No sigas tu instinto y tu fuerza, secundando las pasiones de tu corazón” (Ver Eclesiástico 5 1-8).

A Cam le pasará como anuncia San Pablo a los Romanos: “Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos” (versículo 24). “Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza; de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su extravío” (versículos 26-27). (Ver Romanos 1, 18-32).

Jesucristo ha venido para hacernos libres. “Mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, avivadas por la ley, actuaban en nuestros miembros, a fin de que diéramos frutos para la muerte.” (Romanos 7, 5). Por el bautismo podemos unirnos a Jesucristo y morir a la ley del pecado y de la muerte para dar frutos para Dios. (Ver Romanos 7, 1-6). Dice el Catecismo de la Iglesia: Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36). “El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; Es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio) (nº 908).

Cuando nos dejamos llevar por el calor de los impulsos, por las apetencias del corazón sin atender al bien, a la verdad, a la belleza, aparece Cam, borracho de sus apetencias e indisciplinado, que cae y se degrada. Cam necesita orden y purificación, no el placer de un instante, para llegar a lo más alto de su existencia. Cam necesita ser saneado, madurar, para llegar a amar. (cf. Benedicto XVI. Deus Cáritas Est, 4-5. Aquí sustituyo el eros de que habla el papa por la figura de Cam).

Cam necesita a sus otros dos hermanos: Sem, Jafet y Cam. Unidos. Para que aparezca la belleza (Jafet) depositada en tu vida, el Padre nos ha dado el Nombre sobre todo nombre, Jesús, (verdadero Sem) que viene a encauzar las pasiones (Cam). Las pasiones en sí mismas no son malas ni buenas (cf. Catecismo de la Iglesia nº 1767). Esas pasiones deben encauzarse al bien. Cam solo perece cautivo. Cam, ordenado y embellecido, despliega toda su potencialidad para amar.

Jesús, vuestro párroco

13 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 53

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (53)


Cam entró en el arca ¿también entró su corazón?


Queridos hermanos: 

Noé entró en el arca con sus hijos, su mujer y sus nueras, para librarse de las aguas del diluvio.” (Génesis 7,7). Esos tres hijos se llamaban Sem, Cam y Jafet (Génesis 5, 32 y 6,10).

Todos entraron en el arca. Fue una experiencia pascual. Pero ¿ese confinamiento transformó a todos? ¿El hecho de vivir en el arca físicamente fue suficiente para que se operase un cambio? Ciertamente no. Cam entró en el arca ¿también entró su corazón? Habría que preguntarle: ¿dónde estás corazón? ¿dónde lo has puesto? Jesús mismo nos dirá: “Donde está vuestro tesoro estará vuestro corazón” (Lucas 12, 32-34). ¿Dónde estaba el corazón de Cam? 

Le pasará lo que a la piedra sumergida en las aguas del río años y años. Al sacar la piedra, y partirla en dos, descubrimos que su interior está seco.

Algo parecido ocurrirá a los dos hijos de la parábola del Padre misericordioso.

El hijo mayor, -como dice él mismo “en tantos años como te sirvo…”-, tantos años viviendo en la casa del Padre y sin embargo no tiene el corazón del Padre. A su vez el hijo menor también estaba en casa de su Padre, mas no estaba unido su corazón al corazón de su Padre. Éste buscará una parte de la herencia. El mayor, un cabrito.

Sin embargo, para el Padre, ellos son sus hijos y todo lo del Padre es de sus hijos. Por eso no teme darle el ternero cebado al menor y montar una fiesta, pues lo ha recobrado con vida; y no recela decirle al mayor: “todo lo mío es tuyo” (ver Lucas 15, 11-32). Todo. No una parte. El pecado será siempre preferir una parte al todo que da Dios.

Jesús es el verdadero hijo de este Padre misericordioso. El que permanece unido al Padre. Jesús nos invita a estar unidos a él. Pues el que peca queda esclavo del pecado y aunque esté físicamente en casa, no se queda en casa para siempre. El hijo, Jesús, se queda para siempre. Y quedándose permanece libre. Esa es la libertad que quiere darnos el Señor (ver Juan 8, 31-36). Nosotros también podemos tener algo de Cam. Mucha actividad, mucho atender a los animales del arca, mucha convivencia familiar… pero el corazón no se ha dejado transformar. Sigue como antes de empezar el diluvio o peor. Acerquémonos confiadamente a Jesús, nuestro hermano mayor, pues si permanecemos en su palabra, seremos de verdad discípulos suyos; conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres (cf. Juan 8, 31-32).

Jesús, vuestro párroco