24 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 64

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (64)

Anclas de esperanza

 

Queridos hermanos:

 

Los que han seguido desde el principio las migajas recordarán la utilización de una imagen para hablar de la esperanza. Fue en la migaja nº 9. Entonces decíamos: “El arca de Noé tenía un ancla. Esa ancla era la esperanza. Seguramente Noé tendría momentos de desánimo, de pérdida de esperanza. Tantos días en el arca que parecían no tener fin. Pero fue la gracia del Espíritu Santo la que le mantuvo firme en la fe. Pidámoslo. La esperanza no defrauda.”

 

En tiempos de crisis se hace especialmente necesaria una espiritualidad de la esperanza que haga de nosotros, junto con Cristo, anclas de esperanza.

 

 Decía el Papa Benedicto: “La esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, "en ella tenemos como una ancla de nuestra alma" (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido. ¿Y qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos, sino esto: una sólida ancla para su vida?”. (Benedicto XVI. Regina Caeli. Domingo de la Ascensión del Señor, 4 de mayo de 2008).

 

Un ancla es lo que da seguridad a un barco. Con ganchos metálicos para aferrarse a las rocas evita que el barco vaya a la deriva o naufrague. No se ve. Pero hará que el barco aguante las embestidas de las olas y los vientos.

 

Cristo ha subido al cielo ante la mirada de los discípulos (ver Hechos de los apóstoles 1, 1-11). Ha ascendido victorioso sobre el diablo, sobre el pecado, sobre la muerte (ver salmo 47(46), 2-9). Con su ascensión ha introducido la humanidad en el cielo, en la Casa del Padre, ofreciéndonos una esperanza, una herencia y un poder grande y extraordinario (ver Efesios 1, 17-23). Es la certeza de la victoria. Es como un ancla del barco de la humanidad colocada en el cielo.

 

El catecismo dice que “dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre". (nº 661). La certeza de llegar a puerto se disuelve. Pero Cristo es nuestra esperanza, nuestra ancla.

La tarea del cristiano es hacer presente la vida del cielo en la tierra, aportando en cada gesto y en cada palabra la certeza y seguridad del amor de Dios y el destino al que somos llamados. La ascensión de Cristo revela la grandeza y la dignidad de cada hombre.

 

La Iglesia tiene la misión de hacer presente la espiritualidad de la ascensión, espiritualidad de esperanza, certeza de llegada a la Casa del Padre, en nuestra travesía por las tempestades de este mundo. Es lo que indica el “Id” de Jesús en el Evangelio (ver Mateo 28,16-20).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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