23 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 63

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (63)

Una pereza especial en el arca

 

Queridos hermanos:

 

Es fácil que algunos de los miembros del arca cayeran en la pereza. Pero no por vagancia solamente. La pereza puede ir acompañada con un cierto estado de aburrimiento, disgusto, contrariedad de dejar lo que uno tenía antes del confinamiento en el arca, abatimiento, desánimo, languidez, sopor, indolencia, adormecimiento, somnolencia, pesadez, tanto del cuerpo como del alma (cf. Jean Claude Larchet. Terapéutica de las enfermedades espirituales. Ed. Sígueme. Salamanca. 2016. Pág 187ss).

 

Es lo que se llama ACEDIA. Aparece una insatisfacción vaga y generalizada en la que uno no siente gusto por nada, todo lo encuentra aburrido, soso, insípido y uno deja de esperar algo de la vida. Se hace incapaz de permanecer en un sitio, de orar, necesita salir, a errar, a vagabundear. También se puede hacer esto navegando por internet. Y necesita contactar con alguien en conversaciones larguísimas, huyendo de los quehaceres diarios, o de las obligaciones laborales que le dejan insatisfecho. Aparecen la inquietud, la ansiedad, el disgusto.

 

Cuando esto se aplica a la oración se despierta esta enfermedad espiritual. Simeón, el Nuevo Teólogo, decía: “El demonio de la acedia suele atacar especialmente a quienes ya están avanzados en la oración o la practican con asiduidad”. Es a la hora de la oración cuando entra el sueño, la pesadez del cuerpo, y aparecen hasta los bostezos. Cuando acaba la oración volvemos a estar frescos para otra cosa. Una de las causas es el apego al placer y la falta de fe.

 

Estas palabras de San Pablo pueden ayudarnos a despertar: “no nos entreguemos al sueño como los demás, sino estemos en vela y vivamos sobriamente”(…)” nosotros, que somos del día, vivamos sobriamente, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación”(…) Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos” (ver 1 Tesalonicenses 5, 1-24; puedes ver también Marcos 13, 33-37 y Romanos 13, 10-11).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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