12 de julio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 113.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (113)

El miedo en el arca 2

 

Queridos hermanos:

Los padres de la Iglesia hablan del miedo como una ilusión, una inutilidad y que además deforma la realidad.

 

El miedo aparece ante nuestras vidas como una ilusión. El hombre piensa que está abandonado, que está solo, que está sin la ayuda de Dios, que se ha de buscar la vida. El miedo revela su falta de fe en el Señor y su confianza en sí mismo y en los bienes de este mundo, teniendo en cuenta que los bienes de este mundo también son una ilusión y pasan (ver Eclesiastés 5, 9-16).

 

El miedo aparece ante nuestras vidas como una inutilidad, pues en verdad no podemos añadir un solo codo a la medida de nuestra vida, por eso Jesús nos invita a confiar y a no preocuparnos (ver Mateo 6, 27).

El miedo además deforma la realidad, pues agranda los peligros, se presentan realidades como inminentes y segura cosas que no existen. (cf. Jean Claude Larchet. Terapéutica de las enfermedades espirituales. Ed. Sígueme. Salamanca. 2016).

 

Otra expresión del miedo es la falta de ánimo o pusilanimidad. San Timoteo vivió un cierto estado de miedo, cobardía, pereza, acongojamiento, cuando, aun bastante joven, fue enviado como obispo de la comunidad de Éfeso, que ya eran bastante maduritos. Y tuvo que sufrir el ser mirado con cierto desdén. Algo de esto le comunicaría a San Pablo que le respondió: “Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza” (ver 2 Timoteo 1, 6-14).

 

Jesús nos lo dice con claridad. Ante la barca que se agita por la tempestad, y el ruego: «¡Señor,  sálvanos, que perecemos!», Jesús les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?»  Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y  sobrevino una gran bonanza (Mateo 8,25-26). 

 

Jesús nos invita a confiar, que es lo contrario de temer. A orar, pues el Señor está con nosotros y se ocupa de mí. A ponernos en manos de la providencia. A ser como la oveja, que con su Pastor, aunque camine por cañadas oscuras, nada teme, porque “porque tú vas conmigo” (Salmo 23 (22), 4).

 

Jesús, vuestro párroco


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