8 de julio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 109.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (109)

El enfado de Caín 2: la envidia

 

Queridos hermanos:

 

Tras conocer un poco el significado de los nombres de Caín y de Abel no es de extrañar que la ofrenda de uno subiera gratamente a la presencia de Dios (como el humo, o mejor el incienso) y la del otro fuera rechazada. Pues, según dice los rabinos, Caín dio lo peor de su cosecha (tomates pasados, lechugas mostosas… las sobras), mientras que Abel ofreció el mejor cordero. “Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo; también Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas. El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, pero no se fijó en Caín ni en su ofrenda; Caín se enfureció y andaba abatido.” (Génesis 4,3-5).

 

Se describen aquí dos de las tres características de la envidia: la ira y la tristeza o abatimiento.

Y aquí el Señor sale a buscar a Caín. Como hizo con Jonás. Como hizo con el hijo mayor: “El Señor dijo a Caín: «¿Por qué te enfureces y andas abatido? ¿No estarías animado si obraras bien?; pero, si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo» (Génesis 4,6-7).

 

El pecado acecha a la puerta y te codicia, le dirá el Señor. Pero Caín le deja entrar. Y así el pecado comienza a trabajar dentro del arca del corazón. En los deseos y pensamientos que interpretan los hechos ocurridos, no desde el amor y la bondad, sino desde la injusticia y el victimismo. Caín piensa que Dios no le quiere porque ha rechazado su ofrenda. Caín deja de mirar al Señor y encuentra fastidio en que el Señor se haya fijado en la ofrenda de su hermano. La envidia del diablo se ha colado en el corazón de Caín: "No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes...por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sabiduría 1,13; 2,24). (Citado en Catecismo de la Iglesia Católica nº 413). “La envidia es un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal: "De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio Magno, mor. 31,45). (Citado en Catecismo de la Iglesia Católica nº 2539).

 

Otro ejemplo de envidia que lleva al enfado, al odio y al deseo de asesinar es el que vivió el Rey Saúl ante David: “cuando David volvía de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl para cantar danzando con tambores, gritos de alborozo y címbalos. Las mujeres cantaban y repetían al bailar: «Saúl mató a mil, David a diez mil». A Saúl lo enojó mucho aquella copla y le pareció mal, pues pensaba: «Han asignado diez mil a David y mil a mí. No le falta más que la realeza». Desde aquel día Saúl vio con malos ojos a David” (1 Samuel 18, 6-9).

 

La envidia es ver con malos ojos al otro. Representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2540).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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