3 de julio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 104.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (104)

Sem tenía en el armario ropero el mejor vestido sin estrenar

 

Queridos hermanos:

 

Cam entró en la fiesta por la puerta principal. El hijo menor, al ser acogido por el Padre, no es acogido con vergüenza, a escondidas. Al contrario. Toda la casa, todos los sirvientes, son sabedores y toda la casa se pone en actitud de fiesta y acogida: anillo, sandalias, vestido (el mejor), cocinar el ternero, bailes, danzas, música… (Lucas 15, 22-24). El único que no lo sabe todavía es el hijo mayor. Parece que es el último en enterarse.

 

El diagnóstico que da el Padre sobre su hijo Cam es que estaba muerto (Lucas 15, 24 y 32). El hijo menor se había ido “aprisa” a un país lejano: lejos de Dios, de su padre, lejos de su hermano, de la tradición y cultura recibida… malgastando la vida recibida “aprisa” (Lucas 15, 11-13) hasta que vino un hambre extrema y acabará viviendo peor que un cerdo que al menos se alimentaba de algarrobas y él ni eso (Lucas 15, 14-16). Se había ido lejos hasta de sí mismo, pues cuando está pasando necesidad, entrará en sí mismo (Lucas 15, 17) y es cuando su primer pensamiento irá dirigido a los criados (hay ayudantes de cámara, mayordomos, camareros, sirvientes, cocineros, agricultores, ganaderos, caballerizos… y jornaleros, es decir, personas que trabajan un día, un jornal). El hijo menor ya no se reconoce como hijo. Tal es su situación de muerte. Seguramente piensa que no se lo merece y se juzga y se rebaja. Al menos como un jornalero. Y lo que le mueve a salir es más el pan que el Padre que lo da. Está muerto, pues busca la vida en el pan que no da la vida y no en el pan que da la vida eterna (ver Juan 6, 26-27 y 35). Y prepara una confesión que no llegará a terminar, pues el Padre le corta a mitad (Lucas 15, 18-21).

 

Y la sorpresa es que es recibido y tratado como hijo y esperado, abrazado y celebrado su retorno… a la vida. “En seguida” (Lucas 15, 22-23). El amor no admite demoras. “En seguida”. El anillo, con el que recupera su dignidad, su nobleza, su ser hijo, su capacidad para autentificar documentos. Las sandalias, propias de los libres, para pisar y caminar en casa de la que toma posesión. El ternero, los bailes, las danzas, la música, expresan que es acogido como hijo y no como jornalero. No va a parar a una celda de castigo. Se le monta una fiesta con amigos y sirvientes y con el ternero reservado para las ocasiones. El hijo no es escondido. Es exhibido con alegría, pues estaba muerto. (Acordaos de Jacob que pensaba que su hijo José estaba muerto, ver Génesis 37, 31-35). Y ha vuelto a la vida. “Y empezaron a celebrar el banquete”  (Lucas 15, 24). El perdón siempre se ha de celebrar. Y el hijo menor se deja abrazar, vestir, calzar, recuperar la dignidad de hijo con el anillo y participar de una gran fiesta que el Padre le ha preparado. Se deja querer.

 

¿Y el mejor vestido? ¿Si se lo dieron a Cam, lo tenía también Sem?

Jesús, vuestro párroco

 

 

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