27 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 98.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (98)

El enfado del hijo mayor: cerrado en su justicia.

 

Queridos hermanos:

 

El hijo mayor está lejos de parecerse al Padre. Debe superar el umbral de la observancia exterior y entrar en el centro de la casa, allí donde está el corazón del Padre y se vive la experiencia sublime del perdón y la alegría.

 

En el fondo, acusa al Padre de premiar el vicio con un ternero cebado, e ignorar la virtud con un cabrito, que él reprocha como negado.

 

Y como es centro añade: “a mí”, “a mí”, “a mí”. Muchos enfados viene de este “a mí”, del “y yo qué”.

El hijo mayor ha caído en la tentación de Satanás. Más sutil que la que llevó al hijo menor a marcharse lejos y gastarse el dinero viviendo perdidamente (15,13).

 

La tentación que viene del enemigo se realiza a modo de sugerencia. Ahora bien, una sugerencia no se propone a todos de la misma forma. A cada uno se le presenta partiendo de aquello a lo que está apegado.

El demonio golpea, no tanto donde está el defecto de la coraza, sino donde brilla más, en el punto del que más orgullosos estamos y por eso menos prevenidos. (F. Hadjadj. La fe de los demonios).

 

El hijo mayor tiene su mirada en sí mismo, en su cumplimiento. Ha establecido su propia justicia, no la justicia de Dios, como dirá San Pablo de los judíos: “Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios” (Romanos 10, 2-3).

 

El hijo mayor está satisfecho de sí y reclama paga al trabajo realizado. Y su paga consiste, curiosamente, en una parte. Igual que el menor. El menor reclamó la “parte” de la herencia que le correspondía. El mayor reclama su parte: “un cabrito para tener un banquete con mis amigos”. No es mucho lo que reclama. Pero reclama “parte” y el Padre se lo quiere dar “todo”. El pecado siempre será conformarse con un poco, con una parte.

 

Da más importancia al reglamento que al corazón, a la disciplina que a la música y los cantos, a sus argumentos que a su hermano.

 

¿Qué es lo que hay que perdonar al hijo mayor? Su regularidad sin alma, su buen hacer sin corazón, su moralismo cargante, el ser hijo ejemplar sin aceptar al hermano-hijo de su Padre, el no entrar en la gratuidad, su obediencia sin alegría y sin canto, su trabajo interesado, su alergia a la fiesta del perdón. (Cf. Alessandro Pronzato. Las parábolas de Jesús).

 

Y el texto concluye sin conclusión y permanece abierto. ¿Entró o no entró?

 

Jesús, vuestro párroco

 

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