17 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 88.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (88)

El enfado del arrogante

 

Queridos hermanos:

 

A veces se producen enfados parecidos a los del fariseo que mira por encima al publicano. Se tiene a sí mismo como grande por lo que es y hace:

 

“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo” (ver Lucas 18, 9-14).

 

Algunos “se creen grandes porque saben más que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en realidad lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida, protege al débil” (Francisco. Amoris Laetitiae nº 97).

 

Muchas veces se vive en un enfado permanente, en un reproche continuo, aun sin palabras, que con desprecio, mira al otro como una persona más frágil, débil, menos formada, de la que se esperaba otra cosa. Es fácil que ese continuo enfado, porque el otro no cumple las expectativas, vaya acompañado de mucha arrogancia y eso facilite que la convivencia sea insoportable.

 

Es el amor lo único que edifica. El arca se hizo por fuera, pero siguió construyéndose día a día por dentro, en las relaciones mutuas, aprendiendo el amor de una gran maestra, la humildad: «la ciencia hincha, el amor en cambio edifica» (1 Corintios 8,1).

 

Escuchemos sobre la humildad esta reflexión del papa Francisco:

 

“La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad. Jesús recordaba a sus discípulos que en el mundo del poder cada uno trata de dominar a otro, y por eso les dice: «No ha de ser así entre vosotros» (Mateo 20,26). La lógica del amor cristiano no es la de quien se siente más que otros y necesita hacerles sentir su poder, sino que «el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mateo 20,27). En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor. También para la familia es este consejo: «Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1 Pedro 5,5). (Francisco. Amoris Laetitiae nº 98).

 

Jesús, vuestro párroco

 

 

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