16 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 87

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (87)

Enfados infantiles. El enfado de Ajab.

 

Queridos hermanos:

 

En el arca también se pueden producir enfados infantiles, como el del rey Ajab, que quería de forma caprichosa la parcela de al lado de su palacio y, al no obtenerla, se volvió a casa abatido y enfadado, se postró en su lecho de cara a la pared y se negó a comer. Y su mujer Jezabel conseguirá, a precio de sangre, ese terreno para su marido (1 Reyes 21, 1-16).

 

Son enfados producidos porque no se cumplen nuestros planes o expectativas. Enfados que encuentran un aliado en el conseguir, al precio que sea, el propio capricho. En este caso provocando un juicio, con falsa acusación y testigos falsos, que acaban en un asesinato. Asesinato y robo. Es un caso claro en que se ha hecho prevalecer el fin a los medios. Y el fin no justifica los medios.

 

Ya lo dice el proverbio que cita Qohelet: “¡Ay del país gobernado por un muchacho, cuyos príncipes amanecen entre comilonas!” (10,16).

 

A veces nuestro enfado con Dios o con los demás es porque no nos han dado nuestro capricho o porque hemos sufrido una contrariedad. El Señor quiere hacer de nosotros hijos, no caprichosos. Cuando sacó a Israel de Egipto, no lo llevó por el lugar más fácil y más corto, sino que lo llevó dando un rodeo por el camino del desierto (ver Éxodo 13, 17-22), para hacerles madurar. Para que aprendieran a pedir como hijos. Pero no debieron aprender mucho, pues ante cada contrariedad murmuraban y endurecían el corazón (Hebreos 3, 7-19).

 

Muchos enfados cesan, y se relativizan los caprichos, cuando se ha sufrido en la vida: “Las pruebas maduran, agrandan la personalidad, hacen crecer al hombre cristiano. Un célebre mariscal francés, decía que, a los que amaba, les deseaba pruebas más que éxitos. Las pruebas curten. Los éxitos pueden envanecer. El hombre que no ha sido probado queda inmaduro, aparece infantil, se derrumba ante la menor contrariedad, carece de tenacidad. (…) El secreto del crecimiento es el dolor y la prueba. Dice san Juan de la Cruz: «¡Qué sabe el que no ha padecido!». «Quien no sabe de penas, - no sabe de amores, - porque penas es traje de amadores» (Jesús Martí Ballester. Camino de Santa Teresa leído hoy).

 

Por eso, tomar la propia cruz, negar el yo egoísta y seguir a Jesús, es el mejor remedio para madurar (ver Mateo 16, 24-26).

 

Jesús, vuestro párroco

 

 

 

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