20 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 91.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (91)

Un alimento del continuo enfado: la difamación

 

Queridos hermanos:

 

Dice el apóstol Santiago: «No habléis mal unos de otros, hermanos» (Santiago 4,11).

 

San Pablo invitaba a vivir la caridad, que lo disculpa todo (1 Corintios 13, 7). Una forma de disculpar es guardar silencio “sobre lo malo que puede haber en otra persona. Implica limitar el juicio, contener la inclinación a lanzar una condena dura e implacable: «No condenéis y no seréis condenados» (Lucas 6,37).

Detenerse a dañar la imagen del otro es un modo de reforzar la propia, de descargar los rencores y envidias sin importar el daño que causemos. Muchas veces se olvida de que la difamación puede ser un gran pecado, una seria ofensa a Dios, cuando afecta gravemente la buena fama de los demás, ocasionándoles daños muy difíciles de reparar. Por eso, la Palabra de Dios es tan dura con la lengua, diciendo que «es un mundo de iniquidad» que «contamina a toda la persona» (Santiago 3,6), como un «mal incansable cargado de veneno mortal» (Santiago 3,8). Si «con ella maldecimos a los hombres, creados a semejanza de Dios» (Santiago 3,9), en cambio el amor cuida la imagen de los demás, con una delicadeza que lleva a preservar incluso la buena fama de los enemigos. En la defensa de la ley divina nunca debemos olvidarnos de esta exigencia del amor (cf. Francisco. Amoris Laetitiae nº 112).

 

Dirá el apóstol San Pablo: “Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen” (Efesios 4, 29).

 

Sobre el hablar y el callar escribió el Eclesiástico: “El hombre paciente aguanta hasta el momento oportuno, y al final su paga es la alegría. Hasta el momento oportuno retiene sus palabras, por eso muchos alaban su prudencia” (Eclesiástico 1, 23-24). Y también: “Hay reprensión inoportuna, y hay quien calla por prudencia. ¡Cuánto mejor reprender que enfadarse! El que se confiesa culpable evita la humillación. Eunuco empeñado en desflorar a una doncella, así es el que impone la justicia por la fuerza. Hay quien calla pasando por sabio, y hay quien se hace odioso por su verborrea. Hay quien calla porque no tiene respuesta, y hay quien calla porque conoce el momento oportuno. El sabio guarda silencio hasta el momento oportuno, pero el fanfarrón e insensato deja pasar la oportunidad. El charlatán se hace abominable, y el que pretende imponerse se hace odioso. ¡Qué hermoso es mostrar arrepentimiento cuando a uno lo reprenden! Así, pues, evitarás un pecado voluntario” (20, 1-8).

 

La relación de hermanos lleva a hablar bien el uno del otro, a intentar mostrar el lado bueno del otro, más allá de sus debilidades y errores. Y para evitar dañar la imagen del otro, guardar silencio. Pues el otro es más que sus limitaciones y errores (cf. Francisco. Amoris Laetitiae nº 113).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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