23 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 94.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (94)

El enfado del hijo mayor: enfado mayúsculo de quien se cree mayúsculo

 

Queridos hermanos:

 

Otro enfado conocido es el del hermano mayor de la parábola del Padre misericordioso. El hijo menor, que ha deseado la muerte de su padre pidiéndole la herencia en vida, ha regresado y el Padre le ha montado una fiesta. Y él se entera de ese acontecimiento por un criado. Y se niega a entrar. “Él se indignó y no quería entrar” (Lucas 15, 28; ver 15, 11-32). Y sale su padre. “E intentaba persuadirlo” para que entrara. Y entonces viene el arsenal de argumentación del hijo mayor en el que expresa todo su cabreo.

 

Su cabreo es mayúsculo. Propio de quien ha vivido pensando ser mayúsculo, y no como una insignificancia amada. Y la bronca que le echa a su padre también es mayúscula. Y el padre la escucha con suma paciencia y atención:

 

“¡Ale!, hijo, cuéntame tus reproches, exigencias no colmadas, injusticias cometidas, agravios comparativos, ¡ale!, saca el pus acumulado.”

 

El mayor se ha colocado como centro cabreado de la situación. La noticia y el centro, en verdad, es el hermano muerto y revivido, perdido y hallado. Pero el hermano mayor reclama ser el centro. Él se coloca como más importante que el hecho de que su hermano ha vuelto. Y exige y echa en cara que él se merece el festejo, no “ese hijo tuyo” (15,30). El hijo mayor, tan trabajador (recuerda que venía del campo, de trabajar), no ha sido el protagonista. No se ha contado con él para acoger, para festejar.

 

¡Qué distinta la respuesta de quien no se carga de argumentos, sino que da la razón al Señor! Como la cananea, que tras su petición e inicial silencio de Jesús, tras la intercesión de los discípulos, y tras su petición postrada a los pies de Jesús, recibe esta contestación de Jesús: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». ¡Uffff! Cualquiera de nosotros hubiera lanzado insultos e imprecaciones a Jesús por su falta de atención y por esa respuesta. La llama “perrita”. Mas ella, humilde, que busca, no su bien, sino el bien de su hija, le da la razón a Jesús: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». (Ver Mateo 15, 21-28). “Tienes razón, Señor”. El hijo mayor está cargado de razones. Que no son sino excusas para servir sin amar. Sus argumentos se convierten en pretextos para no usar de misericordia.

 

¡Qué distinta la actitud de quien se sabe poca - cosa - amada!

 

“A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo” (Efesios 3,8). Y también: “Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15, 9-10).

 

Considerarse como un “menor” como alguien “insignificante” es vivir en la verdad, y facilita el agradecimiento y la mirada limpia que descubre el bien que hay en el retorno de un hermano al que acoger.

 

Jesús, vuestro párroco

 

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