22 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 93.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (93)

El enfado de Naamán, el sirio

 

Queridos hermanos:

 

También están los enfados que se producen cuando la realidad no coincide con lo que uno ha imaginado. Como el caso de Naamán, el general sirio leproso, que ya se marchaba cabreado porque se imaginaba cómo sería su curación: “Saldrá seguramente a mi encuentro [el profeta Eliseo], se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. Y en cambio salió el criado del profeta a decirle que se bañara siete veces en el Jordán (2 Reyes 5, 1-19): «Naamán se puso furioso y se marchó… dándose la vuelta.”

 

¡Cuántos de nuestros enfados son por un defecto de imaginación! ¡Cuántas desilusiones son provocadas por habernos montado en la cabeza una “ilusión”! Y así la realidad la utilizamos como pretexto para mantener el enfado. ¿Todo ha de cambiar para que yo esté contento?

 

Cada uno tiene que ser muy sincero consigo mismo para reconocer que su modo de vivir el amor tiene estas inmadureces. Por más que parezca evidente que toda la culpa es del otro, nunca es posible superar una crisis esperando que sólo cambie el otro (cf. Francisco. Amoris Laetitiae nº 240).

 

En este tipo de enfados es importante resaltar el papel de los sirvientes. Fijémonos en la escena sobre Naamán el leproso sirio:

 

Será una sirvienta o esclava hebrea la que dirá a la esposa de Naamán que hay un profeta en Israel que puede curar a su marido: “Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora: «Ah, si mi señor pudiera presentarse ante el profeta que hay en Samaría. Él lo curaría de su lepra» (2 Reyes 5, 2-3). Y la mujer tardó poco en contárselo a su marido.

 

Y unos sirvientes de Naamán son los que le aconsejan obedecer al profeta y bañarse en el Jordán: “Sus servidores se le acercaron para decirle: «Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!». (2 Reyes 5, 13).

 

La humildad a la hora de exponer una solución permite que la situación se resuelva sin una batalla campal. En la corrección conviene dirigirse al hermano como los sirvientes, es decir, como quien ama y quiere ayudar y servir al otro y no como quien lo mira por encima, ve su imperfección y lo desprecia en su corazón (ver Mateo 18, 15-16).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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