25 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 96.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (96)

El enfado del hijo mayor: la obediencia de la letra de la ley

 

Queridos hermanos:

 

Seguimos con los argumentos que esgrime el hijo mayor contra el Padre de la parábola: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya”.

 

Es curioso que proclama haber cumplido la letra de la ley: “sin desobedecer nunca una orden tuya”. Lástima que no sepa que a esa letra le acompaña una música: la de la alegría y la misericordia (ver Filipenses 4,4 y Romanos 2,1). Y en eso desafina. Y el Padre, que ama a cada hijo como único, espera y escucha la voz desafinada del hijo mayor.

 

El hijo mayor ha vivido en el arca por fuera. No entró en el corazón del Padre. Se ha quedado en la letra y no en el corazón de la Ley. Dice no haber desobedecido una orden del Señor. Ha obedecido las órdenes del Padre, pero no al Padre que da las órdenes, pues se ha quedado en la letra muerta y no en la Palabra viva (ver 2 Corintios 3,6).

 

Es un diligente ejecutor de órdenes. Ha interpretado la partitura paterna. Pero cuando en la música, compuesta por el Padre, aparece el perdón, la misericordia, la alegría y la fiesta por el retorno de su hermano, da una nota desentonada: está escandalizado de lo que ha hecho su hermano y de lo que está haciendo el Padre. Esa virtud que se atribuye, “sin desobedecer nunca una orden tuya”, si separa del hermano, separa del Padre; y si separa huele al diablo (dia-bolo), que es el que separa las relaciones (ver 1 Juan 4, 19-21).

 

El hijo mayor utiliza la virtud para convertirla en piedra arrojadiza. A veces no hacen falta ni palabras para lanzar piedras. Basta un tono vital gris y un semblante triste, aun en medio de un servicio aparentemente desinteresado. Y además utiliza la virtud como objeto de cambio. Se cree poseedor de derechos adquiridos por sus servicios. “Merezco yo esa fiesta y ese ternero cebado”.

 

Es curioso que diga: sin desobedecer nunca una orden tuya. Y luego, cuando el Padre le dice: “entra”, es decir, “conviértete”, “vuelve”, “cambia de mentalidad”, es decir, que cambie su corazón y su mente, entonces, se pone a discutir. Prefiere ser irreprensible, justo, satisfecho de sí mismo antes que cómplice de un padre pródigo.

 

¿Cuál es la esperanza? Que quizá algún día confiese: “en tantos años como te sirvo, no me había dado cuenta de tu amor, hoy he empezado a entender algo de ti, de mí, de mi hermano…” Y quizá entonces pida perdón. Por ser fiel, sin amor y sin alegría. (Cf. Alessandro Pronzato. Las parábolas de Jesús).

 

El hijo mayor está más lejos del corazón del Padre que el hijo menor que se fue a un país lejano. De ese país lejano se puede volver. Del país de su propia justicia al que se fue el mayor ¿podrá volver? Hay esperanza.

 

Jesús, vuestro párroco

 

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