18 de abril de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 28

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (28)

Sed fecundos y multiplicaos


Queridos hermanos:

Tras el diluvio y la estancia en el arca, el Señor mandó a Noé y a sus hijos: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra» (Génesis 9, 1).

Este mandato se refiere a la descendencia, a tener hijos. Pero también podemos hacer una lectura espiritual y compararlo con la evangelización que engendra hijos para el Señor por medio de la predicación y los Sacramentos.

Jesús, nuevo y verdadero Noé, (tras participar en su “diluvio”, tras participar en su “bautismo” como dirá a los Zebedeos, tras sumergirse en su pasión y muerte y descenso a los infiernos, tras resucitar y antes de ascender al cielo a la derecha del Padre), ordenó a sus discípulos ese «sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra» dicho de otra forma: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Ver Marcos 16,9-15).

Es la fecundidad espiritual que brota de la cruz de Cristo, de la vida entregada por amor:
“Quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. (…) Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca” (Francisco. Evangelii Gaudium nº 279).

Y es lo que harán los discípulos, lo que harán Pedro y Juan. Aunque no tienen letras ni instrucción, su vida es fecunda y no dejarán de anunciar el Evangelio, aunque se lo prohíban: «Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». (Hechos de los Apóstoles 4,13-21).

Por eso “¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia!” (ver Isaías 52, 7-10 y Romanos 10, 12-18). El mensajero de la Buena Noticia hace posible la fecundidad de Dios como Padre, una fecundidad que llega a toda la tierra.

Jesús, vuestro párroco

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