10 de abril de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 21

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (21)

Las tentaciones de Noé 1


Queridos hermanos:

Noé fue tentado. Pero no aparece el desarrollo de esta acción diabólica en el texto sagrado. Mirando dos escenas de otros dos confinamientos podemos adentrarnos en una de las tentaciones más sutiles, que seguro tuvo Noé y que tuvo Jesús y que también tenemos nosotros: la de tentar al Señor. La de obligarle a que haga algo que el Señor no quiere hacer.

Tentar al Señor es enmendarle la plana. La plana es la hoja donde Él ha escrito con amor lo que nos conviene. Enmendarle la plana es decirle cómo tiene que hacer las cosas. Y muchas veces se lo decimos con nuestros pensamientos y deseos, con la expresión de nuestro rostro (enfado, tristeza, abatimiento…) y también, en ocasiones, con palabras y con nuestras obras adentrándonos en la espesura del pecado. Pensamos que nosotros lo sabemos hacer mejor.

La primera escena que vamos a ver nos resulta muy familiar. Es el confinamiento en el horno encendido de tres jóvenes que están en el exilio y se han negado a adorar la estatua de Nabucodonosor. Ellos no quieren tentar al Señor. Así contestan al rey: “Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad, que no veneramos a tus dioses” (Ver Daniel 3,14-20 y 91-95). ¡Qué respuesta llena de madurez de unos jóvenes! Si puede lo hará. Y aunque no lo hiciera, no veneramos a tus dioses. Es un anticipo del “Hágase su voluntad”.

También Jesús fue tentado para que cambiase el curso de su historia. Pero respondió al tentador: “No tentarás al Señor tu Dios” (Lee Mateo 4, 5-7). Como humilde siervo, obedeciendo al Padre hasta la muerte, sin murmurar, sin poner cara de fastidio o de enfado o de una insoportable resignación, al contrario, “como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca (Puedes leer Isaías 52, 13—53, 12).

A veces ponemos al Señor a prueba en lugar de confiar y, como hijos, pedir. Es lo que el Señor quiso realizar con el pueblo de Israel: que fueran hijos que piden con confianza a su Padre. Pero el pueblo de Israel en el desierto tentó al Señor (cf. Éxodo 17, 1-7). Jesús, en cambio, oró al Padre como hijo y fue escuchado (puedes leer Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9).

Noé seguro que fue tentado para que murmurara de Dios, de un Dios que permite un confinamiento tan largo... Sin embargo no murmuró. Siguió caminando con Dios. Siguió perseverando en la oración. Siguió haciendo lo que el Señor le mandaba.

Jesús, del mismo modo, aun sufriendo, obedeció al Padre y vivió como Hijo. Manifiesta su señorío que le viene de su obediencia al Padre, el señorío de quien no ofrece resistencia a Judas, la cohorte y a los guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, que van a prenderle con faroles, antorchas y armas; señorío ante el sumo sacerdote Anás y luego ante Caifás, el señorío de la verdad ante Poncio Pilato, el señorío y realeza ante los soldados romanos que le azotan, coronan de espinas y dan bofetadas; señorío y realeza cuando es presentado como hombre y como rey ante la multitud que le grita ¡crucifícale!; señorío cuando es crucificado, realeza cuando pide de beber y cuando nos entrega el mayor regalo en la cruz: a su madre, su Espíritu y su corazón traspasado (Puedes leer Juan 18, 1—19, 42).

Pidamos no caer en la tentación de tentar al Señor y acudamos confiadamente al Señor, Sumo sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.

Jesús, vuestro párroco

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