7 de diciembre de 2009

La cuestión del crucifijo.

O CRUX, AVE, SPES UNICA

La cuestión del crucifijo: el suicidio de Europa

José Luis Restán
La presencia del crucifijo en las aulas no supone ningún factor de coacción para los alumnos que no sean cristianos
Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. Como ha dicho Vittorio Messori, esta sentencia produce amargura y tristeza, pero no puede escandalizarnos a estas alturas. Representa el destilado de la ideología laicista que ha penetrado el tejido de las instituciones europeas, que, no lo olvidemos, había conquistado antes las universidades y los medios de comunicación.
Según esta ideología  abstracta y sectaria, la laicidad consiste en la desaparición total de toda expresión religiosa del espacio público. Sólo este vacío garantizaría la tolerancia y el pluralismo. Ahora bien, ¿pluralismo de qué, una vez que se ha decretado la desaparición de las diversas identidades del espacio público?
Hay un presupuesto de la sentencia que es preciso no perder de vista. La religión es vista en todo caso como cuestión meramente privada, más aún, pertenece al reino de lo irracional, lo subjetivo y lo sentimental. No le corresponde dignidad pública alguna, no se le reconoce como factor de cultura y civilización. Y es ahí donde este supuesto ideológico choca frontalmente con la realidad y con la historia.
Según este presupuesto, junto con el crucifijo habría que eliminar del ámbito público la Divina Comedia de Dante, las catedrales góticas, las cantatas de Bach y la leprosería de Molokai, por decir sólo algunos ejemplos. Pero nadie en su sano juicio, creyente o no creyente, estaría dispuesto a prescindir del patrimonio de civilización que ha nacido de la fe cristiana (como tampoco del judaísmo o del islam).
Por otra parte, es algo peor que una vana ilusión el pensar que las sociedades democráticas se pueden sostener sobre el vacío o sobre el mero consenso sin vínculo alguno con la tradición. En el caso de Italia, país al que afecta en primera instancia esta sentencia, el cristianismo (y el crucifijo como su expresión sintética) representa un elemento de cohesión de una sociedad que no puede prescindir de su tradición, como ha sostenido con fuerza el vicepresidente del Parlamento Europeo, Mario Mauro. 
La presencia del crucifijo en las aulas no supone ningún factor de coacción para los alumnos que no sean cristianos, a los que por otra parte garantiza plenamente su libertad el Estado democrático. Al revés, estos alumnos tienen derecho a conocer las fuentes y las expresiones de la tradición cultural, moral y espiritual que ha conformado la sociedad en la que viven.
Esto valdría también para un alumno cristiano que estuviera en Israel y contemplara la Estrella de David en clase, o que estuviese presidido por la Media Luna en un país de mayoría musulmana. Siempre que allí se garantizara adecuadamente su libertad religiosa como sucede en Occidente.
Pero es que además el crucifijo tiene un significado y un valor único entre todos los símbolos religiosos. Un significado y un valor que pueden reconocer también los no creyentes o los fieles de otras religiones. El crucifijo representa al Dios que no ha querido actuar en la historia con prepotencia sino entregándose hasta la muerte por la salvación del mundo.
Significa el rescate de los abandonados y de los maltratados, el abrazo de Dios a la necesidad del hombre, su perdón incluso para aquéllos que lo clavaban en una cruz. Significa la libertad del hombre frente a Dios, que reclama de él una adhesión y reconocimiento libre y amoroso. Éste es el origen de la cultura europea, como describió Benedicto XVI en el Colegio de los Bernardinos: éste el motor que ha impulsado el derecho, las artes, la escuela para todos, la sanidad y la política como servicio al bien común.           
Hace pocos días el Papa se dirigía al nuevo jefe de la Delegación de las Comunidades Europeas ante la Santa Sede con esta apremiante pregunta: "¿acaso Europa puede omitir el principio orgánico original de estos valores que han revelado al hombre tanto su eminente dignidad como el hecho de que su vocación personal lo abre a todos los demás hombres con los que está llamado a constituir una sola familia?". Y realizaba esta severa advertencia: "es importante que Europa no permita que su modelo de civilización se deshaga, palmo a palmo". Ése es el carácter suicida de la sentencia de Estrasburgo.












O CRUX, AVE,
SPES UNICA

La cuestión del crucifijo: el suicidio de Europa

La cuestión del crucifijo: el suicidio de Europa

Quizás en esta Europa del tercer milenio sólo permanezcan las calabazas de Halloween como signo aceptable en la vía pública, mientras nos quitan el símbolo más querido y significativo de nuestra historia, el crucifijo. La amarga ironía corresponde al cardenal Tarcisio Bertone, preguntado por la sentencia de la Corte europea de derechos humanos de Estrasburgo, que establece que la presencia del crucifijo en las aulas viola el derecho a la libertad religiosa y lesiona el pluralismo educativo.
José  Luis Restán - 05-11-09


JUAN VICENTE BOO | ROMA
Publicado Jueves , 05-11-09 a las 04 : 01
En tono informal e irónico, el secretario de estado del Vaticano lamentó ayer que «esta Europa del tercer milenio nos deja sólo las calabazas» de la fiesta de Halloween «y nos quita los símbolos más queridos». El cardenal Tarcisio Bertone se refería a la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ordena la retirada de los crucifijos de las escuelas italianas, y contra la que ha decidido recurrir el gobierno de Roma.
El «número dos»  del Vaticano manifestó su apoyo al Gobierno italiano, reiterando que «nuestra reacción no puede ser otra que deplorar la sentencia», así como «intentar con todas nuestras fuerzas conservar los símbolos de nuestra fe para quien cree y para quien no cree». De hecho, tanto los partidos de izquierda como numerosos intelectuales italianos no creyentes se han manifestado contra una decisión que ignora la cultura de Italia, un país donde buena parte de los no creyentes envía sus hijos a las escuelas católicas.
El secretario de Estado manifestó que «hemos escuchado el eco del dolor de personas que se sienten traicionadas en sus propias raíces pues consideran este símbolo religioso como símbolo del amor universal, no de exclusión sino de acogida». Por su parte, el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos, se manifestó en términos similares, añadiendo que «el crucifijo es el símbolo de un Dios que ama al hombre hasta el punto de dar la vida por él. Es un Dios que llama a defender a los débiles y los indefensos», así como a las obras de caridad con el prójimo como no lo hace ninguna otra religión ni cultura.


Los crucifijos no son el único símbolo religioso que ha causado polémica. En Ceuta, en 2007, Educación obligó a un colegio a admitir a dos niñas a las que había negado la entrada por llevar el velo islámico. La ministra de Educación en ese momento, Cabrera, consideró innecesario regular el uso del velo en la escuela por ley.
Según la Concapa, la laicidad no puede entenderse como exclusión pública del hecho religioso. «En coherencia con tal doctrina, debería prohibirse en la escuela publica cualquier indumentaria que significara un signo religioso», dice esta organización, ni sería admisible, prosigue, la distinción de la comida que hacen algunos centros para alumnos de religiones minoritarias.








«El crucifijo no genera ninguna discriminación. Calla. Es la imagen de la revolución cristiana que diseminó por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres, hasta entonces ausente». Quien escribió estas palabras, el 22 de marzo de 1988, fue Natalia Ginzburg en las páginas de «l’Unità», el diario fundado por Antonio Gramsci, entonces órgano del Partido comunista italiano.  


«El crucifijo representa a todos» -explicaba Natalia Ginzburg- porque «antes de Cristo nadie había dicho jamás que los hombres son iguales y hermanos todos, ricos y pobres, creyentes y no creyentes, judíos y no judíos, y negros y blancos».




Pueblo viejo de Belchite / ya no te rondan zagales / ya no se oyen las jotas / que cantaban nuestros padres.( Los que hayan ido al pueblo viejo de Belchite, podrán recordar esta jota escrita en sus ruinas. La cruz del Señor hoy de nuevo alzada entre el cielo y la tierra nos mueve a la esperanza más alta, volvamos a cantar... Aquí aparece en una báveda la Iglesia que cabalga, cruz en alto para evitar la guerra, incluso el cielo toma espada en mano para disolver a aquellos que se enfrentan y matan)


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Los primeros cristianos: ¿Quienes eran?

 
1.“PARTE DE SU MISMO MUNDO ”
Los primeros cristianos se consideraban parte constituyente de su mismo mundo: “lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo” (Epístola a Diogneto) .
No se distinguían de los demás hombres de su tiempo, ni por su vestido, ni por sus insignias, ni por tener una ciudadanía diferente.
Cada uno de los primeros cristianos ocupaba un lugar en la estructura social de su tiempo, el mismo que tenía antes de convertirse. Si era esclavo no perdía su condición al hacerse cristiano aunque su vida adquiriese una dimensión sobrenatural. Esa actitud cristiana lleva a una apertura grande para asimilar los valores positivos, que existían en el paganismo. Así comentará S. Justino de los pensadores paganos: “cuanto, pues, de bueno está dicho en todos ellos, nos pertenece a nosotros los cristianos”.  (cfr. Enciclopedia GER, Cristianos, Primeros II. Espiritualidad)
2.“La vida que llevan no tienen nada de extraño”
“Los cristianos no se diferencian ni por el país donde habitan, ni por la lengua que hablan, ni por el modo de vestir. No se aíslan en sus ciudades, ni emplean lenguajes particulares: la misma vida que llevan no tiene nada de extraño. Su doctrina no nace de disquisiciones de intelectuales ni tampoco siguen, como hacen tantos, un sistema filosófico, fruto del pensamiento humano. Viven en ciudades griegas o extranjeras, según los casos, y se adaptan a las tradiciones locales lo mismo en el vestir que en el comer, y dan testimonio en las cosas de cada día de una forma de vivir que, según el parecer de todos, tiene algo de extraordinario”. (vid. Autor desconocido, Siglo II-III, Carta a Diogneto)
3. Cumplen las leyes “Yo honraré al emperador, pero no lo adoraré; rezaré, sin embargo, por él. Yo adoro al Dios verdadero y único por quien sé que el soberano fue hecho. Y entonces podrías preguntarme: ¿Y por qué, pues, no adoras al emperador? El emperador, por su naturaleza, debe ser honrado con legítima deferencia, no adorado. El no es Dios, sino un hombre al quien Dios ha puesto no para que sea adorado, sino para que ejerza la justicia en la tierra. El gobierno del Estado le ha sido confiado de algún modo por Dios. Y así como el emperador no puede tolerar que su título sea llevado por cuantos le están subordinados –nadie, en efecto, puede ser llamado emperador-, de la misma manera nadie puede ser adorado excepto Dios. El soberano por lo tanto debe ser honrado con sentimientos de reverencia; hay que prestarle obediencia y rezar por él. Así se cumple la voluntad de Dios”. (SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Siglo II, Libros a Autólico)
4. VIVEN EN LA HONESTIDAD: Iguales que su contemporáneos
“Se nos acusa de ser improductivos en las varias formas de actividad. Pero ¿cómo se puede decir esto de hombres que viven con vosotros, que comen como vosotros, que visten los mismos trajes, que siguen el mismo género de vida y tienen las mismas necesidades de vida?
Nosotros acordamos dar gracias a Dios, Señor y creador, y no rehusamos ningún fruto de su obra. Usamos las cosas con moderación, no en forma descomedida o mala. Convivimos con vosotros y frecuentamos el foro, el mercado, los baños, las tiendas los talleres, los establos, participando en todas las actividades.
Navegamos también juntamente con vosotros, militamos en el ejército, cultivamos la tierra, ejercemos el comercio, permutamos las mercaderías y ponemos en venta, para uso vuestro, el fruto de nuestro trabajo. Yo sinceramente no entiendo cómo podemos parecer inútiles e improductivos para vuestros asuntos, cuando vivimos con vosotros y de vosotros.
Sí, hay gente que tiene motivo para quejarse de los cristianos, porque no puede comerciar con ellos: son los protectores de prostitutas, los rufianes y sus cómplices; les siguen los criminales, los envenenadores, los encantadores, los adivinos, los hechiceros, los astrólogos. ¡Es maravilloso ser improductivos para esta gente!... Y después, en las cárceles vosotros no encuentráis nunca a un cristiano, a no ser que esté ahí por motivos religiosos. Nosotros hemos aprendido de Dios a vivir en la honestidad”.  (TERTULIANO, Siglo II-III, El Apologético)

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