29 de marzo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migajas 9


“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (9)

El arca de Noé tenía ancla

Queridos hermanos:

El arca de Noé tenía un ancla. Esa ancla era la esperanza. Seguramente Noé tendría momentos de desánimo, de pérdida de esperanza. Tantos días en el arca que parecían no tener fin. Pero fue la gracia del Espíritu Santo la que le mantuvo firme en la fe. Pidámoslo. La esperanza no defrauda. Mira lo que hace el Señor a los que se les ha muerto la esperanza (Lee Ezequiel 37, 12-14). Esa ancla es el Espíritu de Jesús, el Espíritu del Padre. Es la paloma del arca de Noé.

Una forma de alimentar la esperanza es la oración. Oración desde lo profundo, desde la tribulación, desde la prueba, desde una situación difícil. Esa oración hizo que Noé estuviera como un centinela, esperando el final de la tribulación (cf. Salmo 130 (129), esperando en su misericordia.

Son muchas las noticias de enfermos o del fallecimiento de cercanos o conocidos. En el Evangelio leemos que Lázaro también ha fallecido. Nos puede ayudar escuchar al Papa Francisco:

“La tumba está cerrada con una gran piedra; alrededor hay solo llanto y desolación. También Jesús está conmovido por el misterio dramático de la pérdida de una persona querida: “Se conmovió profundamente” y estaba “muy turbado” (Juan 11, 33). Después “estalló en llanto” (v. 35) y fue al sepulcro, dice el Evangelio, “conmoviéndose nuevamente” (v. 38). Este es el corazón de Dios: lejano del mal pero cercano a quien sufre; no hace desaparecer el mal mágicamente, sino que con-padece el sufrimiento, lo hace propio y lo transforma habitándolo.

Notamos, sin embargo que, en medio de la desolación general por la muerte de Lázaro, Jesús no se deja llevar por el desánimo. Aun sufriendo Él mismo, pide que se crea firmemente; no se encierra en el llanto, sino que, conmovido se pone en camino hacia el sepulcro. No se deja capturar del ambiente emotivo resignado que lo circunda, sino que reza con confianza y dice: “Padre, te doy gracias” (v. 41). Así, en el misterio del sufrimiento, (…) Jesús nos da ejemplo de cómo comportarnos: no huye del sufrimiento, que pertenece a esta vida, pero no se deja aprisionar por el pesimismo.

En torno al sepulcro se lleva así un gran encuentro-desencuentro. Por una parte está la gran desilusión, la precariedad de nuestra vida mortal que, atravesada por la angustia de la muerte, experimenta a menudo la derrota, una oscuridad interior que parece insuperable. Nuestra alma, creada para la vida, sufre sintiendo que su sed eterna de bien es oprimida por un mal antiguo y oscuro. Por una parte, la derrota del sepulcro. Pero por la otra, está la esperanza que vence la muerte y el mal y que tiene un nombre; la esperanza se llama: Jesús. Él no trae un poco de bienestar o algún remedio para alargar la vida, sino que proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá” (cf. Jn 11, 1-45) (Francisco. Homilía. 2-4-2017).

Ponle un ancla a este confinamiento. Pon a Jesús Resurrección y Vida. Pide el Espíritu Santo. Si la paloma habita en el arca, si “el Espíritu de Dios habita en vosotros… el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Romanos 8, 8-11).

Jesús, vuestro párroco


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