11 de febrero de 2009

50 años en guerra contra el hambre.


(Tres tentaciones vencidas)

Autor: Mons. José Ignacio Munilla Aguirre  

 

 

            ¡Bodas de oro!... El oro ha pasado a ser en nuestra cultura occidental el símbolo de los valores más excelentes. Ya de por sí, la perseverancia  es una de las virtudes más sublimes y necesarias, y son muchos los refranes de inspiración cristiana, que así nos lo recuerdan: “De muchos es el comenzar, pero de pocos llegar a término”, “Mejor es el fin de la obra que su principio”, “Persevera y triunfarás”… Y si a esto añadimos que, en el caso presente, estamos celebrando la perseverancia en el ejercicio de la caridad -la reina de las virtudes teologales, según nos recuerda San Pablo (cfr. 1 Co 13, 13)-, ya sólo nos queda exclamar: “¡Felicidades, Manos Unidas!”.

        Frente a la tentación de la “resignación”

        El 2 de julio de 1955, la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas hizo público un manifiesto que concluía con una peculiar declaración: “¡Declaramos la guerra al hambre!”. Al poco tiempo, en España, un grupo de mujeres de Acción Católica se “enrolaba” en esa “contienda”, proponiendo el Día del Ayuno Voluntario... Había nacido Manos Unidas.

        Una de las modalidades de la “desesperanza” suele ser la de habituarnos a convivir con situaciones injustas, asumiéndolas como algo inevitable y justificando así nuestra inhibición. Los motivos que suelen estar en el origen de esta tentación de falsa “resignación” son dos: la lejanía e insensibilidad hacia el sufrimiento de nuestro prójimo, así como el desconocimiento del amor de Dios.

        No me parece anecdótico ni insignificante el hecho de que fuese un grupo de mujeres el que lanzase el proyecto de Manos Unidas. La mujer, llamada por naturaleza a engendrar la vida, a protegerla y alimentarla, muestra una sensibilidad muy especial a la hora de movilizarse contra la lacra del hambre y de las injusticias en el mundo, sin ceder ante la tentación de la desesperanza.   

        Frente a la tentación del “atajo”

        A la hora de afrontar el reto de la lucha contra el hambre, podemos tener además otras tentaciones. Muchos piensan, de forma tan ingenua como errónea, que lo decisivo es conseguir que los diversos organismos y asociaciones –ya sean privados o públicos- confluyan en el común deseo de trabajar contra la injusticia en el mundo; pero sin importarles las estrategias y los caminos concretos, elegidos para alcanzar esa meta. ¡Una equivocación tremenda! Y de ahí la importancia de que los católicos podamos disponer de asociaciones, como Manos Unidas, que nos dan una garantía de confluencia entre los fines perseguidos y los medios elegidos.

        Sin necesidad de apuntar a nadie en concreto, tenemos que ser conscientes de que no todos los organismos que promueven el desarrollo del Tercer Mundo, están respetando la dignidad integral de las personas y de sus culturas. Por desgracia, no son pocos los que están introduciendo políticas antinatalistas, hasta el punto de hacer depender las ayudas asistenciales que ofrecen, de la aceptación de determinadas pautas de esterilización, por parte de los gobiernos autóctonos. En el fondo, está latente una estrategia de combatir la pobreza, que consiste en lograr que disminuya el número de pobres que nacen; como también de forma similar, se intenta combatir la inmigración, frenando el crecimiento demográfico de los países pobres. ¡El fin nunca justificará los medios! Es la tentación de buscar el “atajo” para solucionar los problemas, en lugar de afrontarlos en su raíz: la injusticia.

        Frente a la tentación mesiánica

        También convive entre nosotros otro tipo de tentación: la “mesiánica”. El Evangelio nos recuerda que la primera tentación que Jesucristo padeció en el desierto, fue presentada bajo la solicitación de “convertir las piedras en pan”. ¡Qué fácil hubiese sido para el Mesías reducir su mensaje de salvación a la satisfacción de las necesidades materiales más inmediatas, de las cuales no era necesario convencer a nadie! Conocemos su respuesta: “¡No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios!” (Mt 4, 4).

        Esto ha configurado el estilo específico del ejercicio de la caridad, en la historia de la Iglesia Católica. Éste ha sido igualmente el ideal de Manos Unidas: la lucha equilibrada contra el hambre en sus tres formas: hambre de pan, hambre de cultura y hambre de Dios.

        No olvidemos que los cristianos somos seguidores de Aquél que multiplicó los panes y los peces, y que a la vez entregó su propio Cuerpo y su propia Sangre como alimento para la vida del mundo. ¡Qué mezquinos seríamos si, cuando de Él recibimos “oro”, a nuestros semejantes sólo diésemos “hojalata”, y en el colmo del autoengaño, todavía nos considerásemos generosos! El Amor de Dios sólo puede tener nuestra caridad por respuesta. ¡Hagamos nuestra la causa de Manos Unidas! ¡Ganaremos la guerra al hambre!