5 de abril de 2019

Domingo 7 de abril de 2019. 5 CUA C.

Parroquia de Sant Francesc de Borja
Email de la parroquia: sfb500@gmail.com
                  Queridos hermanos:
En el evangelio de este domingo podemos descubrir unas claves para adentrarnos en la Semana de Pasión, previa a la Semana Santa. Lo haremos con algunas citas del documento que el pasado 2 de abril publicó el Papa Francisco, la exhortación apostólica tras el Sínodo de los jóvenes con el título Cristus Vivit, (Cristo Vive).
El Evangelio nos presenta un amor incondicional a la persona, aunque haya cometido un pecado reciente. Es así como trató Jesús a la adúltera. La miró y la escuchó “incondicionalmente, sin ofenderse, sin escandalizarse, sin molestarse, sin cansarse” (cf. Francisco. Cristus Vivit 292). Jesucristo, por amor a cada uno, acogerá la condena de la que fue librada la adúltera.
El amor de Jesús por la pecadora es el amor que nos tiene a cada uno. “Es un amor que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado» (Francisco. Cristus Vivit 116). Es un amor que hace mirar al futuro con esperanza. Es un amor que nos hace mirar a los ojos del que cometió la ofensa sin desprecio, con misericordia. “Es vital distinguir al pecador de su pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación. Esto significa que odies el mal que el otro te inflige, pero que continúes amándolo porque reconoces su debilidad y ves la imagen de Dios en él» (Francisco. Cristus Vivit 165).
A su vez es un amor que ilumina los propios pecados: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Esto nos ayuda a ver que todos somos pecadores y necesitamos un Salvador. De ahí la importancia de pedirle al Señor que nos ayude a ver los propios pecados. “Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento». Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (Francisco. Cristus Vivit 119).
Pidamos al Señor que siga grabando en nuestro corazón su ley, su Palabra viva con el dedo de su Espíritu. Confiemos en el poder del perdón de los pecados.
          Jesús, vuestro párroco
+ Lectura del santo Evangelio según san Juan   8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?»
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor.
EL EVANGELIO COMENTADO POR EL PAPA

El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma (cf. Jn 8, 1-11), es tan bonito, a mí me gusta mucho leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo de relieve el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La escena ocurre en la explanada del Templo. Imagináosla allí, en el atrio [de la basílica de San Pedro]. Jesús está enseñando a la gente, y llegan algunos escribas y fariseos que conducen delante de Él a una mujer sorprendida en adulterio. Esa mujer se encuentra así en el medio entre Jesús y la multitud (cf. v. 3), entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia, la rabia de sus acusadores. En realidad ellos no fueron al Maestro para pedirle su opinión —era gente mala—, sino para tenderle una trampa. De hecho, si Jesús siguiera la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perdería su fama de mansedumbre y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio quisiera ser misericordioso, debería ir contra la ley, que Él mismo dijo que no quería abolir sino dar cumplimiento (cf. Mt 5, 17). Y Jesús está en medio de esta situación.
Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: «¿Tú que dices?» (v. 5). Jesús no responde, se calla y realiza un gesto misterioso: «inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra» (v. 7). Quizás hacía dibujos, algunos dicen que escribía los pecados de los fariseos... de cualquier manera, escribía, estaba en otro lado. De este modo invita a todos a la calma, a no actuar inducidos por la impulsividad, y a buscar la justicia de Dios. Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta. Parecía que tenían sed de sangre. Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra» (v. 7). Esta respuesta desubica los acusadores, los desarma a todos en el sentido estricto de la palabra: todos depusieron las «armas», o sea las piedras listas para ser arrojadas, tanto las visibles contra la mujer, como las escondidas contra Jesús. Y mientras el Señor sigue escribiendo en la tierra, haciendo dibujos, no sé..., los acusadores se van uno tras otro, con la cabeza baja, comenzando por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado. ¡Qué bien nos hace ser conscientes de que también nosotros somos pecadores! Cuando hablamos mal de los otros —todas estas cosas que nosotros conocemos bien—, ¡qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer en el suelo las piedras que tenemos para arrojárselas a los demás y pensar un poco en nuestros pecados!
Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una frente a la otra. Y esto cuántas veces nos sucede a nosotros cuando nos detenemos ante el confesionario, con vergüenza, para hacer ver nuestra miseria y pedir el perdón. «Mujer, ¿dónde están?» (v. 10), le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y llena de amor, para hacer sentir a esa persona —quizás por primera vez— que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar por una senda nueva.
Queridos hermanos y hermanas, esa mujer nos representa a todos nosotros, que somos pecadores, es decir adúlteros ante Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús. Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en la tierra, en el polvo del que está hecho cada ser humano (cf. Gén 2, 7), la sentencia de Dios: «No quiero que tu mueras, sino que tú vivas». Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con el pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y quiere que también nosotros lo queramos con Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible —¡es posible!— con su gracia.
Que la Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la misericordia de Dios, para convertirnos en criaturas nuevas. (Francisco. Ángelus. 13 de marzo de 2016).
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Misericordia et misera son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8,1-11). No podía encontrar una expresión más bella y coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: «Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia»[1]. Cuánta piedad y justicia divina hay en este episodio. (…) Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley, juzgada merecedora de la lapidación; él, que con su predicación y el don total de sí mismo, que lo llevará hasta la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo. En este relato evangélico, sin embargo, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido su deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor. Por parte de Jesús, no hay ningún juicio que no esté marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno (cf. Jn 8,9). Y después de ese silencio, Jesús dice: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (vv. 10-11). De este modo la ayuda a mirar al futuro con esperanza y a estar lista para encaminar nuevamente su vida; de ahora en adelante, si lo querrá, podrá «caminar en la caridad» (cf. Ef 5,2). Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera. (Francisco. CARTA APOSTÓLICA Misericordia et misera 1).

EL PECADO EXISTE
386           El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres.

1440   El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).

DIOS SALE AL ENCUENTRO DEL PECADOR
298           Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro.

1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).
Señor Jesús, que no te cansas de perdonar,
concédenos la gracia de conocer
nuestros pecados desde tu mirada
llena de amor y paciencia
y acudir a ti y pedirte perdón.
Señor Jesús, que te olvidas de nuestros pecados
y creas en nosotros un corazón nuevo
para que podemos ver en los demás hermanos amados
también por Ti, libéranos de todas las piedras
que hemos acumulado para acusar y condenar
a nuestros hermanos. Danos la gracia de no cansarnos
de pedir perdón por medio de tu Iglesia en el Sacramento
de la penitencia, pues tu misericordia permite
mirar más allá y vivir de otra manera.
La Cuaresma es un tiempo de conversión y de preparación a la Pascua.
Os recordamos que de lunes a viernes a las 6’30 de la mañana, se reza la oración comunitaria de Laudes de modo solemne y cantado.
Todos los viernes de Cuaresma también son días de abstinencia de comer carne. También los viernes de Cuaresma a las 18.30 h. se rezará el Rosario y a las 19.00 h. el Ejercicio del Vía Crucis.
La celebración comunitaria del Perdón será el martes santo a las 20.30 h.
El sábado 13 de abril a las 21.30 h. en el templo tendremos un rato de Adoración de la Cruz.
LIMPIEZA GENERAL DEL TEMPLO: El lunes santo desde las 16.00 h.; el miércoles santo desde las 21.00 h. y el sábado santo al acabar los Laudes.

Os invitamos a poner en práctica con alegría las obras de misericordia corporales y espirituales. Decía San Camilo de Lelis: “Los pobres enfermos son pupila y corazón de Dios. Son la prolongación de la humanidad sufriente de Cristo. Lo que se hace a los pobrecillos se hace al mismo Dios. Decía a sus colaboradores: “¡Más corazón, quiero ver más afecto materno! ¡Más alma en las manos!”
En la cruz a la entrada de la Iglesia el Equipo de Cáritas coloca diversas necesidades y unos sobres para facilitar la ayuda. Se han recaudado hasta el momento 715 €.
1. El lunes 8 de abril a las 10.15 h. se reunirá el Equipo de Pastoral de la Salud.
2. El lunes 8 de abril a las 20.30 h. se reunirá el Equipo de Liturgia con todos los que quieran colaborar en la preparación de las Celebraciones de Semana Santa.
3. El viernes 12 a las 20.30 h. se convoca a todos los padres cuyos hijos van a comulgar este año, así como a los padres cuyos hijos han comulgado en los últimos tres años. Su objeto es presentar el campamento de verano y la pastoral de confirmación que dará su comienzo con una reunión el 8 de mayo.
4. En este tiempo de cuaresma, la Parroquia convoca a todos los miembros de las familias de la Parroquia a participar en este concurso de dibujo-pintura, redacción y poesía, con el fin de involucrarnos en la preparación de nuestros corazones a la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo.
Este concurso se convoca para fomentar la lectura, la escritura y el dibujo, y el tema será: TU FAMILIA TAMBIÉN ESTABA ALLI, EN EL DOMINGO DE RAMOS. Encontrarán las bases del concurso en la mesita de la entrada.

5. HORARIOS JUEVES SANTO: 11.00 h. Laudes; 19.30 h.: Misa de la cena del Señor.
HORARIOS VIERNES SANTO: 8.00 h.: Vía Crucis: 11.00 h. Laudes; 16.30 h.: Celebración de la Pasión del Señor
HORARIOS SÁBADO SANTO: 11.00 h. Laudes; 22.00 h.: Solemne Vigilia Pascual.
Del 8 al 14 de abril de 2019
Lunes 8.  19.30 h.: En sufragio de: Antonio Casanova. Martes 9. 19.30 h.: Sin intención. Miércoles 10. 19.30 h.: En sufragio de: Rvdo. D. Juan Viadel Sanchis. Jueves 11. San Estanislao, obispo y mártir. 19.30 h.: Sin intención. Viernes 12. 19.30 h.: Sin intención.
Sábado 13. Por la mañana: San Martín I, papa y mártir. Por la tarde: DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR.
18.00 h.: Con niños. En acción de gracias de una feligresa.
19.30 h.: Sin intención.
21.00 h.: Sin intención.
Domingo 14. DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR.
10.00 h.: Sin intención.
11.00 h.: Pro Pópulo. Desde la Iglesia de las Esclavas.
19.30 h.: Sin intención.
A lo largo del año, en todas las misas, se reza por todos los difuntos. Algunas celebraciones incluyen una intención particular por algún difunto o por alguna necesidad. En muchas de las ocasiones se acompaña de una ofrenda para el sacerdote llamada estipendio. Les invitamos a solicitar en el despacho la celebración de intenciones particulares o misas en sufragio.
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Puedes descargar la Hoja Parroquial:

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