EL EVANGELIO COMENTADO POR EL PAPA
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, con este sol bonito!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera: qué es lo que no debemos hacer. En la primera parte, Jesús señala tres defectos que se manifiestan en el estilo de vida de los escribas, maestros de la ley: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos —dice Jesús— les encanta «que les hagan reverencia en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (Mc 12, 38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para «devorar los bienes de las viudas» (v. 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, las personas más indefensas y desamparadas. Por último, los escribas «aparentan hacer largas oraciones» (v. 40). También hoy existe el riesgo de comportarse de esta forma. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
También la segunda parte del Evangelio de hoy va en esta línea. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como limosna. Hay muchos ricos que echan tantas monedas, y una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer e indica a los discípulos el fuerte contraste de la escena. Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha echado «todo lo que tenía para vivir» (v. 44); por ello —dice Jesús— ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere ir a la mitad con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué bonito ejemplo esa viejecita!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro para juzgar no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades cardíacas que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio.
Permitidme que cuente una anécdota, que sucedió en mi diócesis anterior. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo filetes empanados… En ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos —pequeños, 5, 6 años, y 7 años el más grande— viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos?». —«Démosle mamá…». —«De acuerdo». Toma el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada filete. «¡Ah, no, mamá no! ¡Así no! Dáselo del frigo». —«¡No, preparamos tres bocadillos con esto!». Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro que esa tarde tuvieron un poco de hambre... Pero, así se hace.
Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos —como esos niños, de la mitad del filete— de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, con el desconcierto de los discípulos, hace subir a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita.” (Francisco. Ángelus. 8 de noviembre de 2015)
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“San José Benito Cottolengo solía recomendar: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo”. Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona. (…) El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno”. (Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2008)
Señor Jesús, Verbo eterno que das al corazón humano la sensibilidad de percibir el bien, la bondad, la belleza, el don derramado, la entrega generosa, el amor ofrecido, danos un corazón que se dé cuenta del tanto amor que el Padre nos ha tenido para hacernos hijos suyos, para entregarnos tu Persona ofrecida a sí misma de una vez para siempre y el don del Espíritu Santo y los muchísimos detalles de amor que pasan desapercibidos para quien pone su confianza en el dinero. Despiértanos para amar y para ver el amor que nos rodea. Danos tu corazón manso, limpio y humilde para ver bien, para confiar en el Padre, para hacer el bien.