28 de julio de 2016

Discurso del Papa Francisco en la ceremonia de acogida JMJ Cracovia 2016


CRACOVIA, 28 Jul. 16 / 12:19 pm (ACI).- Cientos de miles de jóvenes participaron en la ceremonia de acogida presidida por el Papa Francisco en el Parque Jordan en la localidad de Blonia.
A continuación el discurso completo que les dirigió el Santo Padre:
Queridos jóvenes, muy buenas tardes.
Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida. Gracias al Cardenal Dziwisz, a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y laicos y a todos aquellos que los acompañan.
Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe. Celebrar la fe, hoy todos nosotros juntos, celebramos la fe. En esta, su tierra natal, quisiera agradecer especialmente a San Juan Pablo II, más fuerte, mucho… que soñó e impulsó estos encuentros.
Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo motivo: celebrar que Jesús está vivo en medio nuestro. Han comprendido, celebrar a Jesús que está vivo, y decir que está vivo es querer renovar nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su seguimiento.
¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» la Buena Noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles!
Jesús es quien nos ha convocado a esta 31 Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás, lo mejor, no lo que sobra.

Queridos jóvenes, en estos días Polonia, esta noble tierra, se viste de fiesta; en estos días Polonia quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde esta tierra con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta jornada una auténtica fiesta Jubilar, en este Jubileo de la Misericordia.
En los años que llevo como Obispo he aprendido algo, que quiero decir ahora: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto es bello. ¿De dónde viene esta belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. A los que llamo los “quietistas”, nada se puede cambiar. Los jóvenes si tienen la fuerza de cambiar esto, pero algunos no están seguros de esto, pero yo les pregunto. ¿Las cosas se pueden cambiar? (¡Sí!)
Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan revoltosos. La Iglesia hoy los mira, diré además, el mundo hoy los mira, y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino, un reino de alegría y felicidad, que siempre nos lleva adelante, que nos hace capaces de cambiar las cosas. Ahora les hago la pregunta otra vez. ¿Las cosas se pueden cambiar? (¡Sí!)
Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos.
Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir un ambiente de hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, decir mañana, es decir compromiso, es decir confianza, apertura, hospitalidad, compasión, es decir sueños. Ustedes ¿son capaces de soñar? Y cuando el corazón abierto es capaz de soñar hay lugar para la misericordia, hay lugar para acariciar a los que sufren, hay lugar para ayudar a quienes no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para vivir, o les falta lo más bello, la fe, Misericordia, digamos juntos esta palabra: Misericordia, todos. Una vez más. Una vez más para que el mundo escuche.
También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años. No quiero ofender a nadie. Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Esto me duele. Jóvenes que parecen “jubilados” a los 23, 24 o 25 años. Me preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados» sin haber comenzado a jugar. Me duele ver jóvenes que caminan con rostros tristes, como si su vida no tuviese valor. Son jóvenes esencialmente aburridos... y aburridores, que aburren a los otros; y esto me duele.
Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», o esa sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»…y pagando caro. Piensen en tantos jóvenes que ustedes conocen a tantos jóvenes que han elegido este camino. Cuestiona ver cómo hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones. Hay de esos vendedores de falsas ilusiones (en mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de ustedes mismos. Y esto me duele. Estoy seguro que hoy entre ustedes no hay ninguno de estos.
Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos unos a otros porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben las energías, que nos roben la alegría, los sueños, con falsas ilusiones.
Queridos amigos, les pregunto: ¿Quieren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? ¿Qué cosa quieren, vértigo alienante o fuerza de la gracia? No los escucho bien.
Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta que no se vende, que no se compra; una respuesta que no es una cosa, que no es un objeto, es una persona: se llama Jesucristo. Un aplauso para el Señor.
Jesucristo, ¿se puede comprar? Jesucristo, ¿se vende en las tiendas? Jesucristo es un don, es un regalo del Padre, el don de nuestro Padre. Jesucristo es un don, ¡todos!
Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto.
Pero, Padre, alguno podría decir que es difícil soñar alto, es difícil salir y estar siempre en salida. Padre, yo soy débil, yo caigo, yo me esfuerzo pero muchas veces caigo. Los alpinistas, cuando salen a las montañas, cantan una canción muy bella, que dice así: en el arte de salir lo importante no es caer, sino no permanecer caído. Si tú eres débil, si tú caes, mira un poco alto y verás la mano tendida de Jesús que dice, ¡Levántate! ¿Y si lo hago una vez más?, otra vez, y ¿si caigo otra vez?, te levantas. Pedro preguntó y Jesús respondió, 70 veces 7. La mano de Jesús está siempre para levantarnos, ¿han comprendido?
En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa -la de Marta, María y Lázaro- que lo acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse.
Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, dispersos, constantemente yendo de acá para allá…; pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al móvil, nos quedamos pensativos, en escucha.
En estos días de la JMJ, Jesús quiere entrar en nuestra casa; en tu casa, en mi casa, en el corazón de cada uno de nosotros. Jesús quiere entrar, verá nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta… y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del trajinar, tengamos el coraje de entregarnos a él. Que sean días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio.
Y quien acoge a Jesús, aprende a amar como Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida plena: y yo en su nombre les pregunto ¿Ustedes quieren una vida plena? (¡Sí!) Empieza desde este momento por dejarte conmover. Porque la felicidad germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura: la misericordia. La misericordia tiene siempre rostro joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula, que ama escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de Nazareth, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que será llamada feliz por todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la Misericordia».
Entonces, todos juntos, ahora le pedimos al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia.
Invoquémosla todos juntos: María Madre de la misericordia. Ahora todos juntos pidamos al Señor, cada uno en silencio en su corazón.
Señor, lánzanos a la aventura de la misericordia, a la aventura de construir puentes y derribar muros (cercos y alambres), lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida. Lánzanos a acompañar a los que no te conocen y decirles, lentamente y con mucho respeto tu nombre y el porqué de mi fe.
Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestro rostro, como María de Nazareth con Isabel, que volvamos nuestro rostro sobre nuestros ancianos, sobre nuestros abuelos para aprender de su sabiduría. Yo les pregunto ¿ustedes hablan con sus abuelos? Más o menos, no? ¿Búsquenlos, ellos tiene la sabiduría de la vida, y vivirán cosas que conmoverán sus corazones.
Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos confirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia, que esa es la mejor parte, la parte más dulce, la parte que nunca nos será quitada. Amén.

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