30 de abril de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 40

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (40)

Noé portero 2


Queridos hermanos:

Ya hemos visto cómo Noé le cerró la puerta al diablo y al pecado. No le dejó entrar ni siquiera un poquito. Sigamos con el relato de ayer:

Al día siguiente aparecieron muy temprano el menosprecio de Dios y el olvido de la muerte, junto con la lengua larga y la necedad y la pusilanimidad y la falta de humanidad. 

- Pero, por el Dios bendito y único bueno ¿quién os ha traído hasta aquí?

- La avaricia, el ansia de poder y el amor al dinero.

- Pues ya estáis volviendo sobre vuestros pasos porque a esta arca no entraréis. 

Noé fue aprendiendo el discernimiento y cada vez le resultaba menos difícil distinguir animales de animales. En una ocasión despachó al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón, a la acedía y al desaliento, a la presunción y al no soportar la propia debilidad.

Y cuando le pregunto por el que les había llevado hasta allí le dijeron:
- El orgullo.

No les dejó entrar. En otra ocasión vio a la tristeza ante el bien del otro y a la alegría ante el mal del prójimo, al deseo desordenado de lo que el otro tiene y el odio, a la maledicencia y a la calumnia. Y tras la pregunta de rigor sobre su procedencia le dijeron:

- La envidia nos empujó a venir. 
Y Noé, haciendo bien de vigilante no les dejó pasar.

Hizo como Abraham, que se pasó el tiempo espantando a las aves rapaces para que no tocaran los animales partidos, que eran signos de la alianza con el Señor (Génesis 15, 7-17, sobre todo verso 11). Noé fue también como el rey que en su reino no quiere a ningún malhechor (cf salmo 101 (100).

Cuando Jesús dice en el Evangelio: entra… cierra la puerta y ora… Esa puerta, ¿la cerré totalmente? ¿Qué hubiera pasado si se hubiera colado el enemigo en el interior del arca?

No hace falta mucho esfuerzo para saberlo. Nuestra experiencia en casa, en el matrimonio, con los hijos, en la comunidad cristiana, en las relaciones con los miembros de la familia, ya nos da la respuesta: malentendidos, divisiones, ira, malas palabras, egoísmos, individualismos, envidias, contiendas…(ver Santiago 4, 1-7).

Se interrogó un día al abba Silvano diciendo: "¿Qué género de vida llevaste, Padre, para recibir esa sabiduría?" El respondió: "Jamás dejé penetrar en mi corazón un pensamiento que atrajera la cólera de Dios". (Apotegmas de los Padres del desierto).

Pidamos pues al Señor tener un corazón limpio, pidamos la gracia del Espíritu Santo, esa sabiduría que procede de Dios, para que no entre en nuestra arca ni el pecado ni la apariencia de piedad (ver Santiago 1, 5-8 y 3, 13-18).
Jesús, vuestro párroco

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