“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (24)
El simbolismo del agua
Queridos hermanos:
El agua es un símbolo que tiene múltiples significados: es símbolo de limpieza o pureza. Es símbolo de saciar la sed del sediento, es símbolo de vida. Para todas las culturas el agua es básica para las plantas, los animales, las personas. Los pueblos se asientan donde hay una fuente, un manantial, un río, un lago… También el mar, la pesca.
Pero el agua también es símbolo de la muerte. Cuando hay escasez de agua, por ejemplo, una sequía o la vida en un árido desierto, aparece la muerte (ver salmo 107 (106), 1-9). A su vez, cuando hay exceso de agua, como unas inundaciones o el mismo diluvio, son también causa de muerte. Por tanto el agua es ambivalente: es símbolo de vida y muerte.
Las aguas del diluvio tendrán esa doble dimensión. Pusieron fin al pecado y dieron origen a una nueva humanidad que vive en la santidad y la verdad. Y así las aguas del diluvio se convirtieron en figura del bautismo. Así lo reza la bendición del agua bautismal:
“Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.”
Este misterio lo expresa de forma muy bella San Pedro: “Pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal. Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando” (1 P 3, 17-21).
El agua es símbolo que nos salva y al que accedemos por la conversión y que una vez bautizados nos mantiene en esa conversión permanente, que no ha de ser dada por supuesta (ver Hechos de los apóstoles 2, 29-41). Por eso pidamos al Señor estar vueltos a él, convertidos a su amor y participando de la alegría de verlo vivo y resucitado por el amor que busca sin cansarse (Juan 20,11-18).
Jesús, vuestro párroco
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