“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (22)
Las tentaciones de Noé 2
Queridos hermanos:
El sufrimiento viene a ser como un test que revela al hombre que llevamos dentro (cf. Leon Dufour p. 738), y en la prueba el hombre se conoce, conoce la realidad más profunda que hay en su corazón más allá de las apariencias. Noé fue tentado. Mas no cayó en la tentación, pues se mantuvo fiel a la mirada llena de gracia de Dios.
Una de las tentaciones más sutiles es la de tentar a Dios. Para ello se planta uno y no sigue intimando a Dios a poner fin a la prueba. O bien se pone uno en una situación sin salida para ver si Dios es capaz de sacarlo de ella. O se piden pruebas del poder de Dios a pesar de los signos evidentes de su amor. En el caso que referimos a continuación se tienta a Dios poniendo un límite temporal a su acción. Está en el libro de Judit.
Betulia ha sido asediada por el ejército asirio. Tiene un confinamiento obligado. Todos los israelitas claman al Señor. Y en extrema necesidad el pueblo va al rey Ozías y le pide que entregue la ciudad al saqueo de la gente de Holofernes. Vamos, que tiran la toalla. Y el rey, por su cuenta, les promete que, si en cinco días no cambia la situación, entregará la ciudad. En esta circunstancia interviene la bella y viuda Judit. (Lee Judit 8, 11-20 y 25-27). Subrayo el siguiente fragmento: “«Escuchadme, jefes de Betulia. Es un desatino lo que habéis dicho hoy a la gente, jurando ante Dios entregar la ciudad a nuestros enemigos si el Señor no os manda ayuda en unos días. ¿Quiénes sois vosotros para tentar así a Dios y alzaros en público por encima de él? Habéis puesto a prueba al Señor todopoderoso. Nunca llegaréis a entender nada. Si no sois capaces de sondear el fondo del corazón humano, ni de conocer el pensamiento, ¿cómo vais a comprender a Dios, el Creador de todas las cosas? ¿Cómo vais a conocer sus pensamientos y penetrar sus designios? Hermanos, no irritéis al Señor, nuestro Dios. Si no quiere ayudarnos en el plazo de cinco días, puede hacerlo cuando quiera, como si quiere destruirnos ante nuestros enemigos. No intentéis forzar las decisiones del Señor, nuestro Dios, porque Dios no es como un hombre, al que se mueve con amenazas y se le impone lo que ha de hacer. Imploremos, pues, su ayuda y esperemos de él la salvación, y escuchará nuestro clamor si lo tiene a bien” (versículos 11-17). “Si lo tiene a bien”. Y si ha pensado otra cosa: “hágase tu voluntad”. Y Judit acaba explicando el sentido de la prueba: “demos gracias al Señor, nuestro Dios, que nos pone a prueba como a nuestros antepasados. Recordad cómo trató a Abrahán, cómo probó a Isaac y lo que sucedió a Jacob (…) Los puso en el crisol para sondear sus corazones; lo mismo hace con nosotros, no para castigarnos, sino porque el Señor aflige a sus fieles para amonestarlos” (versículos 25-27).
También Jesús tendrá esta tentación en Getsemaní. Y orará al Padre como un hijo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». (Mateo 26,36-46). Y en la cruz también será tentado, insultado y blasfemado exigiéndole como signo de su “ser hijo de Dios” el bajar de la cruz (ver Marcos 15, 29-32 y Mateo 27, 39-44).
En la prueba de la cruz se revelará en verdad como verdadero hombre (Juan 19, 5), como Rey (Juan 19, 14), como justo (Lucas 23, 47) y como Hijo de Dios (Marcos 15, 39 y Mateo 27,54). Curiosamente quien le confiesa de esta forma en su pasión no son los discípulos, sino Poncio Pilato o un centurión romano.
La cruz de Jesús es la gran prueba en la que Dios da prueba de su amor (ver Romanos 5, 6-10). Por eso el mandato de no tentar al Señor es una expresión del amor a Él (ver Deuteronomio 6,1-16).
Jesús, vuestro párroco
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