“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (36)
Noé ha vivido el misterio Pascual
Queridos hermanos:
Noé ha vivido el misterio Pascual en figura. Ha pasado de la muerte a la vida. De las tinieblas a la luz. Del caos al cosmos. Y así será figura de Jesucristo muerto y resucitado.
El Diluvio ha hecho volver a la creación al principio, cuando era “informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1,1). Al crear, el Espíritu Santo estaba presente y también el Verbo, la Palabra de Dios, por quien todo fue creado. Pues Dios dijo y fue. Dios Padre creó por medio de la Palabra. Toda la Trinidad intervino. El Padre, su Palabra y el Espíritu de Dios. Y al crear hizo una serie de separaciones necesarias para que pudiera darse la habitabilidad en la tierra. La 1ª separación se produce al decir: “Hágase la luz” y separó las tinieblas de la luz (cf. 1,3-4). La 2ª separación al separar las aguas de arriba de las de abajo (cf. 1, 6-7). La 3ª al separar lo seco de lo mojado (cf. 1, 9-10). (Puedes leer Génesis 1, 1-13).
Por el pecado todo ha vuelto al caos del inicio. Lo que estaba separado se vuelve a juntar y aparece de nuevo todo lleno de agua y sin tierra y en gran penumbra. El único lugar habitable es el arca. Las aguas de arriba y las de abajo se juntan. Lloviendo durante cuarenta días, día y noche, con densos nubarrones, pasarán una larga noche sin luz.
El Señor ha hecho pasar a Noé y su familia por la oscuridad de la muerte, de la nada, del caos informe… Tras cesar las lluvias, bajar las aguas y quedar seca la tierra, tras salir del arca podrán celebrar la victoria sobre las aguas de la muerte y quedará sellada una Alianza en el cielo (el arco iris) tras ofrecer un sacrificio agradable a Dios.
Jesucristo resucitado viene también a hacer Pascua con nosotros: viene a llenar de luz y fuego y dar el color de la Alianza nueva al corazón de los que estaban tristes, corazón que estaba anegado por las aguas de la muerte, entenebrecido por la desesperanza y la tristeza, como los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35).
Y no contento con devolvernos la luz de la fe, como el primer día de la creación, nos regala el Espíritu Santo (Hechos de los apóstoles 2, 14.22-33), que desde el principio se cernía “sobre la faz de las aguas” del corazón, Espíritu que llevó la esperanza al arca bajo la figura de una paloma con una rama de olivo en el pico.
Dios Padre había previsto que también nosotros participáramos de esta victoria sobre la muerte por medio de “una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros” (1 Pedro 1, 17-21).
En Noé, Dios Padre, el Espíritu Santo y el Verbo ya pensaron en ti. Para que tú también, por medio del arca, que es Nuestro Señor Jesucristo, y la cruz, y la Iglesia, vivamos el misterio Pascual que nos enseña el camino de la vida (Sal 16 (15), 1-11).
Jesús, vuestro párroco
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