“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (34)
La barandilla del arca
Queridos hermanos:
Hay momentos “límite” en nuestra vida. Seguro que Noé tuvo más de uno. A lo mejor tuvo ganas de tirar por la borda a su esposa, a algún hijo, a alguna nuera, a sí mismo… o a alguno de esos animales, pesados hasta de noche. Menos mal, podríamos decir, que el Señor puso una barandilla, puso un límite al mal: su amor. “Me sucede como en los días de Noé: juré que las aguas de Noé no volverían a cubrir la tierra; así juro no irritarme contra ti ni amenazarte. Aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz —dice el Señor que te quiere—“ (Isaías 54,9-10).
Por eso ante la desesperanza o la queja “no nos dejemos aprisionar por la tentación de quedarnos solos y desesperanzados quejándonos de lo que nos sucede; no cedamos a la lógica inútil del miedo que no lleva a ninguna parte, repitiendo resignados que todo está mal y nada es como antes. Esta es la atmósfera del sepulcro; el Señor, en cambio, quiere abrir el camino de la vida, el del encuentro con Él, de la confianza en Él, de la resurrección del corazón.” (Francisco. Homilía. 2-4-2017).
El Señor no ha retirado su amor de nosotros. En la vida y en la muerte somos amados, somos de Dios (Romanos 14, 1 y 7-10 y 13 y 17-19).
El Señor fue la barandilla de Noé. Su amor puso límite al mal. Pero ¿te has preguntado que tú puedes ser la barandilla de alguien? Tú puedes ser su estímulo, su ánimo con una palabra, con una visita, con una llamada, con una mirada, con una caricia, con un abrazo (Ver Hebreos 10, 22-25 y 1 Tesalonicenses 4, 11), igual que hizo Jesús con sus discípulos (ver Mt 14, 22-27).
Jesús, vuestro párroco
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