“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (29)
¿Qué dice el arca de tu casa? Eterna es su misericordia
Queridos hermanos:
Dice el salmo de este domingo:
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.
Y podríamos añadir: Diga la casa de Noé: eterna es su misericordia.
Y diga la casa de N. (añade aquí el nombre de tu casa): eterna es su misericordia. (Ver salmo 118 (117), 2-24).
Tu casa se ha convertido en un lugar que proclama la misericordia del Señor por la obediencia a la oración.
Mira la descripción que hace la primera lectura de la Iglesia primitiva... y también de tu casa: “Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (ver Hechos de los Apóstoles 2, 42-47).
Aunque en este tiempo no has podido acudir a diario al templo, sí has acudido diariamente a nuestro templo que es el Cuerpo de Cristo resucitado desde tu casa y así tu casa se ha convertido en un templo. En una iglesia doméstica. Y ésta perseverancia te ha conducido a tener un corazón alegre y sencillo que es constante en orar, en escuchar la Palabra de Dios, en la celebración de la fracción del pan (nombre que daba los primeros cristianos a la Eucaristía). Y esto lleva a estar en común – unión en esa misma casa (versículo 2, 42).
Jesucristo está en tu casa, ha entrado en ella, aunque esté con las puertas cerradas e incluso se tenga miedo. No se le ve. Pero como decía san Pablo: lo que se ve es transitorio. Lo que no se ve es eterno. A Jesucristo no lo vemos. Pero creemos en él: “sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas” (ver 1 Pedro 1, 3-9). La fe da la alegría inefable y radiante y tiene como meta la vida eterna, la salvación.
Y notamos los frutos que deja su presencia: la comunidad reunida en torno a Jesús que se pone en medio como el Árbol de la Vida en el paraíso,
paz, alegría, misericordia, el don del Espíritu Santo, la participación en la misión de la misericordia, la capacidad de ofrecer al incrédulo tiernos remedios. Al estar unido a Jesús y a su misericordia, como por la ley de los vasos comunicantes, ofrecemos a los demás su misma misericordia. Pues ésta es nuestra misión: ser, - unidos a Jesús -, medicina de amor y misericordia para los demás. Los discípulos son testigos de que sus llagas son, como las de Jesús, medicina y lugar desde el que proclamar su amor misericordioso (Juan 20,19-31).
Que diga la casa de N. (añade aquí el nombre de tu casa): eterna es su misericordia.
Jesús, vuestro párroco
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