“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (26)
La oración con perseverancia
Queridos hermanos:
Dice el Catecismo de la Iglesia católica que “Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está "con nosotros, todos los días" (Mateo 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lucas 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios” (nº 2743).
Es un gran consuelo escuchar esto. Cristo resucitado está con nosotros todos los días, cada día, cualesquiera que sean las tempestades. El Señor está con nosotros todos los días, cada día, hasta el final de los tiempos. (cf. Mateo 28,20).
Si Cristo está con nosotros se nos invita a estar con él hasta el final: “Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla vuestra esperanza; y no seáis indolentes, sino imitad a los que, con fe y perseverancia, consiguen lo prometido” (Hebreos 6,11-12). Es lo que hizo Noé. Con fe y perseverancia consiguió lo prometido.
Y una expresión verdadera de ese estar con él es la oración. San Agustín decía: "La oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros" (Carta a Proba).
Jesús nos expresó con mucha claridad la importancia de la perseverancia: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” (Lucas 21, 19). Y a ello invitó también, por medio de San Juan, a la Iglesia en Éfeso: “Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, pero no lo son, y has descubierto que son mentirosos. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras. Si no, vendré a ti y removeré tu candelabro, si no te conviertes. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apocalipsis 2,1-7).
Apartémonos, pues, de nuestros pecados para recibir su bendición (cf. Hechos de los Apóstoles 3,11-26), pues se nos predica la conversión y el perdón de los pecados en nombre de Jesucristo que ha resucitado y está con nosotros (ver Lucas 24, 35-48).
Jesús, vuestro párroco
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