“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (123)
Jesucristo predicó a los desobedientes de tiempos de Noé
Primera carta de San Pedro (2)
Queridos hermanos:
Jesucristo murió por los pecados: “Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios” (1 Pedro 3,18).
Jesucristo murió por los injustos de la generación de Noé que rechazaron el mensaje que Noé les hizo como heraldo de la justicia.
Cuando Jesucristo muere en la cruz y es sepultado, su cuerpo queda en el sepulcro. Pero la persona del Verbo, en el espíritu humano, desciende a los infiernos, al sheol. ¿Y qué hace allí? De ese lugar no podía salir nadie. En como una montaña en forma de embudo con la parte ancha abajo. Van cayendo uno tras otro en el lugar de los muertos, pero no se puede salir. Allí el fuerte, satanás, encierra en cerrojos y cepos a los que mueren. Las puertas del Hades se abren para entrar, pero no para salir. Las densas tinieblas y la oscuridad más absoluta envuelven a cada persona. No hay esperanza. Y se grita: “¿Harás tú maravillas por los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gracias? ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte? ¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu justicia en el país del olvido? Pero yo te pido auxilio, Señor; por la mañana irá a tu encuentro mi súplica” (Salmo 88 (87), 11-14). Y Jesucristo, “en el espíritu, fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca” (1 Pedro 3,19-20).
Jesucristo ha entrado en el Hades revestido de Luz radiante, ha quebrado las puertas, roto los cepos, abierto los cerrojos, llevado la losa de los sepulcros, atado al fuerte (ver Lucas 11, 21-22), y le ha arrancado el botín a satanás, que son las personas sometidas a la muerte y al señor de la muerte (ver Hebreos 2,14) y les ha devuelto la vida. Y allí les predica. Y los toma de la mano. Y sube a lo alto llevando cautivos (ver Efesios 4, 8-9). Y así podemos cantar: “La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Corintios 15, 54-57).
¿Qué hace que la muerte vuelva a tener aguijón? El pecado. Si pecamos damos poder a satanás y nos vuelve a atar ¿qué hacer? Pedir la conversión. Celebrar el Perdón. Romper con el pecado (ver 1 Pedro 4).
Jesús, vuestro párroco
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