“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (102)
Examen de conciencia para un Sem cualquiera
Queridos hermanos:
Muchos de nosotros somos Sem. Hacemos oración, escuchamos la palabra de Dios, celebramos la Eucaristía, hacemos algo de servicio o caridad… De cara a ir al Sacramento del Perdón puede que hagamos el examen de conciencia mirando los pecados de Cam. Y claro, decimos que no tenemos pecado. Pero peor pecado que el pecado es pensar que no tienes pecado (cf. 1 Juan 1, 8-10).
Jesús mismo dirá de los judíos que si no les hubiera hablado y no le hubieran odiado no tendrían pecado (Juan 15, 22-25). Es decir, eran irreprensibles, comparados con Cam. Pero Sem conviene que vea lo pecados propios de Sem.
Hagamos, pues, un examen de conciencia para un Sem cualquiera. Nos puede ayudar la parábola del fariseo y el publicano. Dice el texto: “confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo…” (Ver Lucas 18, 9-14).
Es un perfecto retrato de Sem. Confianza en sí mismo, sin tener una humilde confianza en el Señor; considerarse justo conforme su propia justicia; el desprecio de los demás y justamente lo que achaca a los demás también lo comete él, pero de forma más sibilina, sutil, diabólica: dice que no es como los demás hombres. En eso quizá tenga razón. Es peor. Dice que no es ladrón. Y es un saqueador. Pues le roba la gloria a Dios, se atribuye sus obras, busca ser reconocido por ellas (el “para ser visto por los hombres” de Mateo 6,2 y 5 y 16) y roba incluso las palabras de otros y se las atribuye a sí mismo (ver San Antonio de Padua. Sermón Liturgia de las Horas 13 junio). Dice que no es injusto, y se sale de la justicia de Dios y establece la propia justicia, satisfecho de sus obras (ayunos, diezmos), murmurando de Dios y juzgando y condenando a los demás (ver Romanos 1,17-24). Dice que no es adúltero y es un idólatra de su propia imagen, y amigo del dinero (Lucas 16, 13-15). Dice que no es “como ese publicano”, al que desprecia. ¡Ay, si no fuera por él!, piensa en sus adentros. Se distancia del incumplidor al que desprecia. Solo se relaciona con los trabajadores-cumplidores, con los que le ríen las gracias, los que le aplauden sus servicios. Son quizá esos los “amigos” con los que prefiere comerse un cabrito antes que entrar en la fiesta de “ese hijo incumplidor de su padre”.
Las consecuencias de su pretendida justicia: Una falsa confianza en sí mismo, considerarse justo y despreciar a los demás. Son pecados difíciles de ver y de confesar con hechos concretos, pues van más allá de los actos. La arrogancia o soberbia, la vanidad, el no necesitar un Salvador, el confiar en la propia justicia. Es un modo de ser y vivir. Pidamos la intercesión de la Virgen María (que también desea la conversión de Sem) y que el Señor vuelva a hacer proezas con su brazo en Sem soberbio, poderoso, rico: “Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lucas 1, 46-55).
Jesús, vuestro párroco
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