“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (103)
¿Y Sem tendrá dolor de los pecados y deseo de entrar en la fiesta?
Queridos hermanos:
¿Y Sem tendrá dolor de los pecados y deseo de entrar? Es decir ¿Sem entrará en la fiesta? Ciertamente sí. Un resto lo hará: “Isaías, por su parte, clama acerca de Israel: Aunque fuera el número de los hijos de Israel como la arena del mar, se salvará un resto” (Romanos 9,27). Un resto “elegido por gracia. Y si es por gracia, no lo es en virtud de las obras; de otro modo, ya no es gracia” (Romanos 11, 5-6).
Y aquí está la sorpresa del plan providente de Dios en la historia. “Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, para que no os engriáis: el endurecimiento de una parte de Israel [Sem] ha sucedido hasta que llegue a entrar la totalidad de los gentiles [Cam] y así todo Israel será salvo” (Romanos 11, 25-26).
¿Qué se necesita para entrar?
Para entrar hace falta humildad, dejarse querer. Y servir conforme al querer de Dios, es decir, con alegría: «servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores». (Salmo 100 (99), 2).
Para entrar hace falta salir de la propia justicia, dejar el ser dios y reconocer el Señorío del Único Dios: «Sabed que el Señor es Dios» (Salmo 100 (99), 3). Y que disponga de nosotros como quiera, pues «él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Salmo 100 (99), 3).
Para entrar en la fiesta, humildes y alegres, es necesario hacerlo agradecidos: «Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Salmo 100 (99), 4).
El Padre dirá a su hijo mayor: “todo lo mío es tuyo”. Tener los dones y no disfrutarlos acaba haciendo que uno pierda la conciencia de ser hijo, va perdiéndose la capacidad de asombro y de acción de gracias y acaba mirando lo que se hace al otro, lo que se da al otro, como un agravio comparativo. Podríamos decir que el gran pecado que no ve el hijo mayor es la envidia y la tristeza. La humildad y agradecimiento lleva a entrar, disfrutando los dones de Dios, y a alegrarse de los dones que recibe el hermano, dones, por otra parte, también inmerecidos. La acción de gracias por el “don” siempre es fruto de la humildad, de quien recibe sin merecer. Quien vive pensando que se le debe todo siempre estará triste y amargado. Se trata de vivir sabiendo que tienes los dones de Dios, que todo es tuyo, y haciendo uso de esos dones con humildad, alegría y agradecimiento.
Para entrar hace falta confesar, proclamar: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100 (99), 5).
Es verdad, dirá Sem purificado: “Su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades” con mi hermano Cam… y conmigo Sem. “Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.” (Romanos 11,32).
Jesús, vuestro párroco
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