“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (105)
Sem también tenía el mejor vestido… sin poner
Queridos hermanos:
¿Cuál es el mejor vestido, la mejor túnica? ¿Se puede rasgar o compartir? ¿Si lo tiene uno puede tenerlo otro? Tenemos muchas gracias y dones en el arcón o armario. Pero el mejor vestido es el de la caridad y la alegría: “Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente” (1 Corintios 12,31 y 13, 1-3). Si hablara… si supiera… si tuviera fe…pero no llevo el vestido del amor, no sería nada, de nada me servirían los mejores servicios, las entregas más sublimes por los necesitados o hasta el martirio. Sería una campana que aturde.
En el banquete de bodas todos recibieron el vestido de la fe para entrar. Pero había uno que no llevaba el vestido de la caridad y la alegría y fue echado fuera. (Ver Mateo 21, 11-14). San Gregorio Magno en sus homilías al comentar este texto se pregunta: "pero, ¿qué clase de vestido le faltaba? Todos los fieles congregados en la Iglesia han recibido el vestido nuevo del bautismo y de la fe; de lo contrario no estarían en la Iglesia. Entonces, ¿qué les falta aún? ¿Qué vestido nupcial debe añadirse aún?" El Papa responde: "El vestido del amor". Y, por desgracia, entre sus huéspedes, a los que había dado el vestido nuevo, el vestido blanco del nuevo nacimiento, el rey encuentra algunos que no llevaban el vestido color púrpura del amor a Dios y al prójimo. "¿En qué condición queremos entrar en la fiesta del cielo —se pregunta el Papa—, si no llevamos puesto el vestido nupcial, es decir, el amor, lo único que nos puede embellecer?". En el interior de una persona sin amor reina la oscuridad. Las tinieblas exteriores, de las que habla el Evangelio, son sólo el reflejo de la ceguera interna del corazón” (cf. Homilía XXXVIII, 8-13, citado por Benedicto XVI. Homilía Misa Crismal. Jueves Santo, 5 de abril de 2007).
Cuando el Padre le dice al hijo mayor “deberías alegrarte” (Lucas 16,32) le está diciendo “deberías llevar puesto el vestido que te regalé, pues todo lo mío es tuyo”. Pues el vestido de la caridad brilla y resplandece por la alegría. ¿Se dará cuenta entonces Sem que tiene un vestido regalado y que no lo ha usado?
Ése vestido es el que el Señor puso a Adán y Eva tras el pecado para cubrir su desnudez (Génesis 3,21); es aquel que utilizó Rebeca para vestir a Jacob y suplantar a Esaú ante un ciego Isaac “tomó Rebeca ropas de Esaú, su hijo mayor, las más preciosas que tenía en casa, y vistió a Jacob, su hijo pequeño” (Génesis 27,15), ropas que huelen al Ungido del Señor y que Isaac, al olerlas bendijo a Jacob: «Acércate y bésame, hijo.» Él se acercó y le besó, y al aspirar Isaac el aroma de sus ropas, le bendijo» (Génesis 27,26-27). Dice San Agustín comentando este texto de la bendición de Isaac a Jacob: “se acercó y le besó. Y aspiró la fragancia de su vestido. Es que tenía la estola de su hermano, es decir, tenía la dignidad de la primogenitura que el otro malamente perdiera. Aspiró la fragancia de su vestido, le bendijo y exclamó: ¡Ea, la fragancia de mi hijo es como la de un campo ubérrimo que bendijo el Señor! Percibió la fragancia del vestido y anunció la fragancia del campo. Dentro del misterio interior entiende a Cristo y entiende a la Iglesia como vestido de Cristo.” (Sermón 4, 24). Es el vestido inconsútil, “sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo” (ver Juan 19, 23) que no fue rasgado; es la naturaleza divina que nos trae el verdadero hijo mayor, Jesucristo; es el vestido que se nos da con el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Pues al recibir estos sacramentos nos hemos revestido de Cristo mismo (ver Gálatas 3,27). Es un vestido único que no se deteriora ni mengua ni se fracciona aunque lo vistan multitud de personas. Haciendo paráfrasis de la secuencia del Corpus: “Quien de la caridad de Cristo se viste no la rompe, no la quebranta ni la desmembra; la recibe toda entera.” La caridad es eterna, no tiene fin. Y aunque muchos se revistan de ella es el mismo vestido y uno solo.
Jesús, vuestro párroco
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