7 de julio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 107.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (107)

Las últimas palabras son de Dios ante el enfado de Jonás

 

Queridos hermanos:

 

Y viene el diálogo final de Dios con Jonás dejando la obra inconclusa, como en la parábola del Padre misericordioso y los dos hijos: “Dios dijo entonces a Jonás: —¿Por qué tienes ese disgusto tan grande por lo del ricino? Él contestó: —Lo tengo con toda razón. Y es un disgusto de muerte. Dios repuso: —Tú te compadeces del ricino, que ni cuidaste ni ayudaste a crecer, que en una noche surgió y en otra desapareció, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas, que no distinguen la derecha de la izquierda, y muchísimos animales?” (Jonás 4, 9-11).

 

El profeta que se beneficia de la misericordia, elevando un salmo de acción de gracias, se enoja cuando esa misma misericordia alcanza a otros. En la persona de Jonás, Dios se dirige a todos aquellos que, a pesar de una larga experiencia de la misericordia que el Señor ha tenido con ellos, lamentan que esa misma misericordia sea concedida a los extraños. La libertad del amor de Dios no está ligada a nada ni a nadie.

 

Jonás expresa la decepción amarga de todo elegido que pretende hacer de la elección un privilegio en lugar de un servicio. Quiere apropiarse de Dios, pero que no lo ponga en misión.

 

Ser “Sem” o Jonás en la historia es un servicio para ayudar al retorno de Cam, (de Nínive), a la Casa del Padre y no un privilegio que impida a Cam entrar: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!” (Lucas 11,52).

 

Jonás, es decir, Israel, tiene una misión: ser instrumento de salvación para todos los pueblos. Jonás sabe que esta es la intención de Dios al enviarle a Nínive (4,2). Pero a Jonás no le interesa la salvación de los ninivitas. Es más, la rechaza y se enoja ante ella. A sus ojos, los ninivitas son impuros. Apenas recorre un día sus calles y se aleja de la ciudad, aunque el sol le achicharre y esté a punto de desvanecerse. Porque para él, la elección no es vista ya como un servicio, sino como un privilegio, y se encierra en sí mismo. (Cf. Emiliano Jiménez. Jonás).

 

El ejemplo de San Pablo es bien distinto. El elegido es llamado por Dios para una misión en favor de los demás. Y en la fidelidad a la misión está su única dicha. Esa es su recompensa: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente” (1Co 9,16-18).

 

Dios tiene la última palabra. Y esa palabra es un gran interrogante dirigido a Jonás y, a través de él, a los oyentes del libro de Jonás. Una pregunta para los que se creen buenos y desprecian a los pecadores (Lc 18,9). La última palabra del libro de Jonás nos deja a todos en el corazón el gran interrogante de Dios: “¿Y no voy a tener yo compasión de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?” (Jonás 4,11). “¿Acaso no convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado?” (Lucas 15,32). Son preguntas que esperan respuesta: “¿A quién enviaré?”…«Heme aquí: envíame» (Isaías 6,8).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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