31 de mayo de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 71


“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (71)

La acción de conservar

 

Queridos hermanos:

El arca de Noé tiene alguna semejanza con una botella de vino. El arca tiene una claraboya, la botella de vino tiene su embocadura. Por ella entra el vino y debe ser tapado para que no entre oxígeno que lo avinagre. Y cuando se abra salga el mejor vino. Lo mismo en el arca. No debe entrar lo que favorezca la corrupción.

Un invento reciente ha sido la bomba de vacío para vino. No sé si os habrá pasado alguna vez esto. A mí me gusta el vino, pero bebo muy poco en las comidas o cenas y, a los pocos días, pues no he llegado a acabar la botella, se me echa a perder. Y eso hace que me dé cierta pereza y fastidio abrirla solamente para mí. Hasta que me regalaron una bomba de vacío para vino.

Esto permite abrir la botella, tomar la cantidad deseada y cerrar la botella al vacío para que el vino no pierda sus cualidades que se mantendrán durante mucho tiempo.

La bomba de vacío para vino es una herramienta para conservar el vino y evitar su corrupción gracias al aparato extractor y al tapón adecuado para ello, que hace clic cuando se ha extraído todo el aire de la botella.

Igual que la bomba de vacío, al extraer el oxígeno de la botella de vino, permite su conservación y evita su avinagramiento, así también el Espíritu Santo realiza en nosotros una acción semejante: “la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4,7). El Espíritu Santo, verdadera Paz de Dios, realiza esta función de custodia del corazón y de los pensamientos. Es el vigilante, custodio, protector, guardián de los pensamientos y deseos del corazón. El Espíritu Santo es quien hace que no “se pique” nuestra vida, es quien evita que aparezca el avinagramiento. Bastará conservar al que nos conserva, es decir, no contristar al Espíritu Santo que es quien sella la embocadura de nuestra vida para que no entre la corrupción: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final” (Efesios 4,30).

Igual que de vino, hemos de dejarnos llenar de Espíritu Santo (ver Hechos de los apóstoles 2, 1-11). Pidámoslo para que repueble la faz de la tierra de alegría y caridad (ver salmo 104 (103), 24-34). Bebamos ese Espíritu, que siendo uno solo, permite que Dios obre todo en todos para el bien común. (Ver 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13).

Y si el pecado ha hecho nuestra vida ácida, con asperezas en el trato, llena de disgustos, amarguras, contrariedades, insatisfacciones, desánimos… es decir, se está “picando” como el vino y se va avinagrando, deja que el señor te perdone por medio del Sacramento del Perdón, pues esta fue la misión que dio Jesús a su Iglesia, a los apóstoles y sus sucesores, el consuelo del perdón: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Ver Juan 20, 19-23). El Espíritu santo, verdadero Perdón de Dios, puede eliminar el oxígeno que hemos dado al hombre viejo, para que muera, y devolvernos la juventud y limpia hermosura del alma.

Jesús, vuestro párroco

 

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