“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (66)
Un modelo a imitar de trabajo en el arca
Queridos hermanos:
San Pablo se presentó, ante las diversas comunidades a las que anunció el Evangelio y celebró los sacramentos para derramar la gracia, como un ejemplo en el trabajo con las propias manos para no ser gravoso a nadie: “Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no ser gravosos a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios” (1 Tesalonicenses 2, 9). Y a su vez tratando a los hermanos en Cristo con “delicadeza…como una madre que cuida con cariño de sus hijos” (2,7), o como un padre que anima, exhorta o urge “a llevar una vida digna de Dios” (2, 12). Su trabajo entre los discípulos no procedía del error o de motivos turbios; no utilizaba la mentira como medio; no buscaba como fin contentar a los hombres, o buscar honor entre ellos, por medio de la adulación ni tenía como finalidad una codicia disimulada (2, 3-6). Ni en su origen, ni en sus medios o métodos ni en su finalidad (aun la más oculta), San Pablo trabajó apoyado en el Señor, con valentía para seguir anunciando el Evangelio a pesar de muchos sufrimientos, injurias y oposición (2, 1-3), con lealtad y rectitud (2, 10) hasta el punto de que en ese trabajo se estaba entregando su propia persona. Trabajó dándose a sí mismo (2, 8). (Ver 1 Tesalonicenses 2, 1-11).
Un ejemplo a imitar. San Pablo no dijo: “ya he trabajado bastante”, sino “he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.” (ver 1 Corintios 15, 9-10). ¿Quién se apunta a trabajar más que el otro para la gloria de Dios? ¿Quién quiere hacerlo además como último, como un loco, como un débil, encima un despreciado, abofeteado, insultado, perseguido, calumniado, tratado como un deshecho? (ver 1 Corintios 4, 9-13). ¿Quién se anima a trabajar como un servidor, como un co-laborador de Dios, es decir, alguien que recibe la gracia de Dios y se pone manos a la obra, sabiendo que el que es digno de estima es el Señor, pues nosotros nada somos? (Ver 1 Corintios 3, 5-10).
Y es que San Pablo ha encontrado la felicidad en dar, en darse, con su trabajo diario. Y así lo explica: “De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”» (Hechos 20, 33-35).
Jesús, vuestro párroco
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