“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (68)
Pidamos al Señor trabajadores de la fe
Queridos hermanos:
Pidamos que nuestro trabajo no sea infecundo. Que no sea estéril dentro y fuera del arca. Que nuestro trabajo no caiga en saco roto. Pues muchas veces nos ocurre como le pasaba a Santo Domingo de Guzmán. Se dice que la Beata Juana de Aza, su madre, le decía: “siembras mucho y riegas poco”. Se refería a que veía a su hijo trabajar hasta la extenuación, sin embargo con poco fruto. Y le invitaba a dedicarse más a la oración que es la que riega lo sembrado. Por eso Santo Domingo fundó monasterios de mujeres (las dominicas) que se dieran a la oración en los lugares donde los frailes se dedicaban al estudio y la contemplación para la misión de predicar.
Sin la oración, sin dedicar tiempo al Señor, nos pasa como dice el profeta Ageo: “Sembrasteis mucho y recogisteis poco; coméis y no os llenáis; bebéis y seguís con sed; os vestís y no entráis en calor; el trabajador guarda su salario en saco roto” (ver Ageo 1, 1-6).
También Jesús, ante la necesidad de la evangelización de las gentes puso en primer lugar la oración: “Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mateo 9,36-38).
Oremos con confianza en la Providencia. No nos afanemos como los gentiles: “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas” (ver Mateo 6, 28-34).
Esa mies es la humanidad por evangelizar que ha sido sembrada por la acción del Señor. Para la evangelización se puede utilizar la imagen del arado, en la que el terreno endurecido se rotura, esponja y oxigena; la de quitar las piedras, para que lo sembrado pueda hacer más raíz; la de quitar los abrojos y espinos; la de sembrar; la de segar. La siega es la acción por la que se recoge el grano para el granero del Señor. Es una acción de recoger el fruto de todo un trabajo. Es el acto de la consagración, de la ofrenda de lo trabajado, de recoger para el Señor.
El Señor nos contrata por la fe a trabajar en la viña, para que no se pierda ninguno. Y da igual que hayamos sido llamados antes o después. Nos dice: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido” (ver Mateo 20, 1-16). Y así, participemos de la alegría de que a los últimos y a los primeros se nos pagará con la misma paga: estar con Jesucristo, junto al Padre y al Espíritu Santo.
Jesús, vuestro párroco
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