“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (57)
El verdadero Noé murió por los culpables, para conducirnos a Dios.
Queridos hermanos:
Dice el libro de la Sabiduría: la Sabiduría “misma va de un lado a otro buscando a los que son dignos de ella; los aborda benigna por los caminos y les sale al encuentro en cada pensamiento. Su verdadero comienzo es el deseo de instrucción, el afán de instrucción es amor, el amor es la observancia de sus leyes, el respeto de las leyes es garantía de inmortalidad y la inmortalidad acerca a Dios; por tanto, el deseo de la sabiduría conduce al reino” (Sb 6, 16-20).
Es lo que hizo en tiempos de Noé. La Sabiduría misma buscó a los que eran dignos de ella y solamente encontró a Noé, que deseaba instrucción, que amó al Señor, observó sus mandatos andando cerca de Dios.
Noé deseaba esta sabiduría. No era un satisfecho. “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!...” Lucas 6, 25). Noé estaba hambriento de la gracia de Dios (cf. María proclamando: “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.” (Lucas 1, 53).
Esa sabiduría es la que movió a Felipe y lo llevó a Samaria para predicar a Cristo, expulsar demonios y sanar a paralíticos y lisiados. Y los samaritanos, como la samaritana del Evangelio (Juan 4, 13-15) son sedientos de la palabra. Por eso, cuando vayan Pedro y Juan a llevarles el Espíritu Santo no tendrán la actitud del satisfecho, al contrario, como tierra reseca se abrirán a recibir el Espíritu Santo por la imposición de manos (ver Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17).
Con Jesús esa sabiduría tiene sed de ser amado para darnos su Santo Espíritu. “Si me amáis”.
A esa sabiduría se accede por el amor a Jesús. Para amar a Jesús hace falta primero desear amarlo. Su sed nos hace desear y en en este deseo está el principio del amor a Jesús. Y amar a Jesús consiste en guardar su Palabra (ver Juan 14, 15-21).
Noé guardó la Palabra que Dios le daba, sin hacer cosas por su cuenta, llevando a la práctica todo cuanto el señor le mandaba. El ejemplo que más me llama la atención es el de no salir hasta que el Señor le dijera: “sal…”.
Pero la imagen de Noé tiene sus limitaciones. Noé se salvó en el arca. Los de su generación, pecadores, todos perecieron. Noé no murió por ellos. En cambio Jesucristo, verdadero Noé, “murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios.” Eso no lo hizo Noé. Para que la humanidad no pereciera en las aguas de la muerte que ocasiona el pecado, Cristo murió por los impíos. “Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.” (Ver 1 Pedro 3, 15-18). Ese mismo Espíritu es el que quiere darnos Jesús, pues dice: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Ese Espíritu Santo que está en nuestra casa interior susurrando amor, susurrando el amor del Padre y el Amor de Jesus a los que aman a Jesús y guardan su Palabra.
Jesús, vuestro párroco
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