“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (50)
En el arca de mi Padre hay muchas estancias
Queridos hermanos:
Poco se podría imaginar Noé que el arca que fuera a construir llegara a ser figura de la Casa del Padre a la que entramos aportando, no madera de ciprés, sino material de desecho, es decir, nuestras propias personas, ofreciendo como sacerdotes lo que somos y vivimos “ofreciendo sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo”.
El Señor dijo a Noé: “Fabrícate un arca de madera de ciprés. Haz compartimentos en el arca, y calafatéala por dentro y por fuera. La fabricarás así: medirá ciento cincuenta metros de larga, veinticinco de ancha y quince de alta. Haz una claraboya a medio metro del remate, pon una puerta al costado del arca y haz una cubierta inferior, otra intermedia y otra superior.” (Génesis 6, 14-16).
Jesús, como nuevo Noé, nos habla de la casa del Padre, que es como un arca grandísima, que ha sido preparada por el Padre desde toda la eternidad, a la que vamos entrando, en la que Jesús mismo nos está preparando la habitación. Hizo previsión de nuestra existencia y nos llamó, perdonándonos los pecados.
¿Os imagináis a Noé que no hubiera sido previsor y, cuando ya estaban todos los animales colocados en sus compartimentos, se hubieran presentado los elefantes o los hipopótamos? Pensaría: Y ahora ¿dónde los meto? Dios, como Padre previsor, ha provisto un lugar: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.” (Ver Juan 14, 1-12). “Volveré y os llevaré conmigo”. La vida es estar siempre con Jesús.
El arca de Noé era de madera y fue desechada por los de su generación. Pues no quisieron entrar. El Padre eligió para su arca una “piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios” que se ofreció a sí mismo en el altar de su cuerpo, en el altar de la cruz. Jesús es a la vez sacerdote, víctima y altar. La piedra principal de esa arca fue desechada por los arquitectos de la generación de Jesús, pero ahora es la piedra angular, es decir, el amor fiel que permanece como roca donde cimentar la propia vida. En Jesús, cada persona es elegida y preciosa para Dios. Eres precioso a sus ojos. No te desprecies. Tampoco desprecies.
Y a esa arca accedemos por Jesús. El Padre escoge piedras de desecho, y hace de ellos “un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios” que no proclama ¡Quién como yo!, como hace esta generación, sino ¡Quién como Dios!, es decir, que estas piedras anuncian “las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (Ver 1 Pedro 2,4-9). Si la piedra angular (Jesús) fue desechada, no esperemos nosotros menos de nuestra generación.
Pero alguno dirá: “Yo no puedo entrar en esa arca, no sé cómo se va.” Pues sepas que Jesús mismo es un Camino vivo que ha salido en tu busca para que te puedas acercar y entrar. Y además Jesús mismo es la puerta que abre hacia dentro y hacia fuera para que puedas entrar y salir y encontrar pastos frescos. Jesús mismo te invita a creer en él.
Acercarse y entrar por este Camino, es aceptar entrar por un camino de desecho, que atiende en sus necesidades a desechados, como hicieron los siete diáconos con las viudas (Hechos de los apóstoles 6, 1-7). Por eso demos gracias, pues su misericordia ha venido sobre nosotros y seguirá derramándose sobre material de desecho (ver salmo 33(32), 1-5 y 18-19).
Jesús, vuestro párroco
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