“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (48)
Noé salmista
Queridos hermanos:
No consta que Noé compusiera ningún salmo ni que entonara ninguno. Tan solo aparece construyendo un altar a Yahveh ofreciéndole holocaustos de los animales y aves puras tras salir del arca (Génesis 8, 20). Y bendiciendo al Señor, Dios de Sem, su hijo mayor (Génesis 9,26).
Pero hay salmos, que si los pusiéramos en boca de Noé, no desentonarían en absoluto.
Los salmos han sido “rezados y cumplidos en Cristo” y “son un elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 2597). Las primeras comunidades cristianas releyeron el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo (cf. Idem nº 2641). “El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre” (Idem nº 2587). Son una escuela de oración.
El salmo que proponemos a continuación es atribuido al rey David. Imagínense a Noé orando con él:
“Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte —que lo diga Israel—, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros. Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas impetuosas. Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Salmo 124 (123), 1-8).
Es fácil imaginar a Noé, justo antes de entrar en el arca, cuando los hombres de la tierra que iban a perecer intentan asaltar el arca: “cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros.”
Y es más fácil aun imaginar a Noé subido al arca y pensando que podrían también perecer ahogados: “Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas impetuosas.”
De forma inesperada Noé ha visto que el Señor estaba de su parte: “Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte… nos habrían tragado vivos… Nos habrían arrollado las aguas”.
Noé se ha visto salvado milagrosamente: “hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió, y escapamos.” Y Noé ha sido testigo de que su “auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.
También el Señor está de nuestra parte, es decir, está con nosotros (cf. Jeremías 20, 7-13). Y si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? (Ver Romanos 8, 31-39). Precisamente Jesús es nuestro auxilio, aquel que está con nosotros todos y cada uno de los días (Ver Mateo 28, 16-20). Nuestra misión, además de orar por todos y por toda la Iglesia es hacer presente en la vida de la personas la presencia llena de amor de nuestro Dios. Una misión sacerdotal.
Jesús, vuestro párroco
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