“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (61)
El arca de tu corazón
Queridos hermanos:
Dice san Pablo: “La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.” (Leer Romanos 10, 8-18).
Fijémonos en cómo la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, entra en el arca del corazón.
1. Primero fue enviada por el Padre.
2. Una vez enviada, anunció el Evangelio con palabras y con obras.
3. Anunciada la Buena Noticia creyeron en él los pequeños y sencillos.
4. Creído el anuncio invocaron el nombre del Señor.
Conclusión: Por la fe del corazón fueron justificados. Por la profesión de los labios fueron salvados.
La palabra entró por la puerta de tus oídos y se adentró por la escucha de la Palabra. Por eso son tan importantes los misioneros: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien! (versículo 15). Jesús mismo dirá: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza (ver Lucas 10, 1-16).
Y se hace presente el mandato de Jesús: “Shema”, “Escucha, Israel” (ver Marcos 12, 28-34).
Una vez acogida la Palabra en el arca de tu corazón “estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él (ver Efesios 2, 1-10), es decir, nos justificó y nos glorificó.
Esa Palabra que te está salvando no puede estar encadenada. Por eso es tan importante guardar su Palabra en el corazón: “Si alguno me ama, guardará mi palabra” (Juan 14, 23). Pues esa palabra sale por la puerta de los labios al profesar que Jesús es el Señor (la confesión de fe), al hacer de ti mensajero de la Palabra. Y sale también por las manos, por las obras, pues una fe que reside en el arca del corazón, pero no tiene obras, está muerta (ver Santiago 2, 14-26). En definitiva, es la fe del corazón, profesada por los labios y que actúa por la caridad (ver Gálatas 5,6)
Jesús, vuestro párroco
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