“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (99)
La respuesta del Padre al enfado del hijo mayor
Queridos hermanos:
La respuesta del Padre no puede estar llena de más amor, en espera de que entienda, recapacite, entre en sí mismo, se convierta y así, entre en la fiesta: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (15,31).
Detente un momento en el peso de las palabras de un Padre a su Hijo: “Hijo”, “estás conmigo”, “todo”…
¿Cómo liberar al hijo mayor de la ira, del resentimiento y de las quejas contra él y contra su hermano? Con la confianza y con la gratitud.
El Padre aplica la primera medicina, la confianza: “tú siempre estás conmigo”. El Padre le está diciendo: te quiero en casa. El hijo mayor tiene la tentación de pensar: mi padre prefiere al menor, al pecador arrepentido, que llega a casa después de sus locas escapadas. Y a mí, que no me he ido, no me hace caso. Quizá tenga que pecar para que me haga caso (ver Romanos 3,8). Puede pensar: pequemos para que venga la gracia (Romanos 6,1). Sin caer en la cuenta de cual sea el salario o paga del pecado: la muerte (Romanos 6, 23).
Y esta es la segunda medicina que aplica el Padre, la gratitud: “todo lo mío es tuyo”. Todo. Mi corazón, mi loco amor, amor sin medida, amor desmesurado. Sí, todo lo mío es tuyo ¿por qué no compartes también mi alegría, mi acogida, mi perdón, mi generosidad? El hijo mayor tiene la tentación de pensar que se le ha prestado más atención al otro hijo que a él. Y puede decir: “A mí me quiere menos y yo hago más”.
El padre de esta parábola sale a buscar a los dos hijos. Dios es Padre de hijos únicos. Dios solo sabe contar hasta uno.
Se puede poner el ejemplo de las cien ovejas, se pierde una y deja noventa y nueve por buscar “una” hasta que la encuentra (Lucas 15, 4-7). Una persona tiene valor único a los ojos de Dios.
Dios es pobre: en sus inventarios, un hijo perdido representa un daño irreparable Para muchos que tienen el espíritu del hijo mayor, “ese” es una pérdida irrelevante, casi ventajosa: “nos hemos quitado de encima al calavera de la familia”.
Hay un hijo perdido que ha sido encontrado por el cual el Padre salió a su encuentro y lo abrazó y montó una fiesta (15, 20), y hay otro hijo que no se deja encontrar y no quiere entrar, y el Padre también salió a por él. Y a ése también lo llama hijo, y le habla de su hermano.
La fiesta está incompleta. Falta uno. El hijo mayor. Está en casa como multifaener. Y el Padre, que respetó la libertad del hijo menor y lo esperó, también respeta la libertad del hijo mayor y lo espera para darle un corazón que ama como ama su Padre, un corazón que trabaje con amor y alegría.
Jesús, vuestro párroco
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