11 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 82

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (82)

Unos sarmientos muy unidos

 

Queridos hermanos:

 

Hay quien se hace amigo de querellas (Judas 16), amigos del placer, de reyertas y dado al vino (2 Timoteo 3, 4), amigo por realizar juntos un mal, como Herodes y Pilatos, que se hicieron amigos en la mutua condena a Jesús (Lucas 23,12), amigos de ser saludados en las plazas y de ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes (Lucas 20, 46), amigos de las burlas y del dinero (Lucas 16,14), amigos del César siempre que uno no sea amigo de Jesús (Juan 19,12), amigos del mundo (Santiago 4,4).

 

Es mejor ser amigos del esposo (Marcos 2,19). Esto lleva a ser amigo de publicanos y pecadores (Lucas 7,34) y amigos del bien (Tito 1,8). Y lleva a tener una amistad casta y limpia, en verdad y caridad. Hay un ejemplo muy bello de esta amistad: la amistad que tuvieron David y Jonatán (ver 1 Samuel 18, 1-4; 19, 1-7).

 

Saúl es el rey. Ya ha sido desechado por su pecado gravísimo de rebeldía, contumacia, hechicería. Su hijo Jonatán es, teóricamente, el sucesor. Sin embargo Dios ha elegido a David. Y sin saber Jonatán nada de esta elección prefiere que David sea Rey. De forma muy hermosa describe esta amistad el Beato Elredo:

 

“Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al Señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: Tú –le dice– serás el rey, y yo seré tu segundo. ¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable!” (Tratado sobre la amistad espiritual 3).

 

Saúl perseguirá a David a muerte con su ejército. “Sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo.” (Puedes leer 1 Samuel 20).

 

La amistad de Jonatán con David tuvo que superar el veneno lanzado por su padre Saúl: «¡Hijo de una mala madre! Bien sabía yo que sientes predilección por el hijo de Jesé, para vergüenza tuya y de la indecorosa de tu madre. En tanto que viva el hijo de Jesé sobre la tierra, no estarás seguro ni tú ni tu realeza. Manda pues, cogerle, porque es reo de muerte» (Ver 1 Samuel 20, 30-31). Son palabras “capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, tu reino no estará seguro. ¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. Tú –dice– serás el rey, y yo seré tu segundo. Esta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Anda, pues, haz tú lo mismo.” (Beato Elredo. Tratado sobre la amistad espiritual 3).

 

 Jesús, vuestro párroco

 

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