19 de junio de 2020

Reflexiones sobre la Palabra. Migaja 89.

“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (89)

Que no se ponga el sol sin hacer las paces en el arca

 

Queridos hermanos:

 

El problema no está en enfadarse. El problema es no hacer las paces al final del día y dejar que se acumule el mal que cada día tiene.

 

Jesús invita en el Evangelio a utilizar un curioso método de limpieza para ayudar a la persona necesitada de ayuda. Ver y quitar la propia viga: “El Evangelio invita más bien a mirar la viga en el propio ojo (cf. Mateo 7,5), y los cristianos no podemos ignorar la constante invitación de la Palabra de Dios a no alimentar la ira: «No te dejes vencer por el mal» (Romanos 12,21). «No nos cansemos de hacer el bien» (Gálatas 6,9). Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla, dejar que se convierta en una actitud permanente: «Si os indignáis, no llegareis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo» (Efesios 4,26). Por ello, nunca hay que terminar el día sin hacer las paces (cf. Francisco. Amoris Laetitiae nº 104).

 

Dice San Doroteo: “quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias. De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo. De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz” (Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo 1-2).

 

Y, «¿cómo debo hacer las paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Sólo un pequeño gesto, algo pequeño, y vuelve la armonía familiar. Basta una caricia, sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin hacer las paces». La reacción interior ante una molestia que nos causen los demás debería ser ante todo bendecir en el corazón, desear el bien del otro, pedir a Dios que lo libere y lo sane: «Responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición» (1 Pedro 3,9). Si tenemos que luchar contra un mal, hagámoslo, pero siempre digamos «no» a la violencia interior.” (cf. Francisco. Amoris Laetitiae nº 104).

 

Jesús, vuestro párroco

 

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