“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (92)
El punto de partida para la reconciliación: aceptar la realidad
Queridos hermanos:
Hay enfados que se producen cuando exigimos a la realidad más de lo que la realidad puede aportar. “Más, más, más…”, confundiendo la vida comunitaria o fraterna, (que tiene sus limitaciones y pecados), con el sueño de una comunidad ideal.
La comunidad que se creó en el arca, (como la comunidad creada en tu familia o en una comunidad cristiana), no es de origen humano y hecha exclusivamente con los propios esfuerzos. “Juntos lo conseguiremos”, “querer es poder”, “la unión hace la fuerza” y frases de ese tipo, son todas pelagianas. La comunidad del arca de Noé fue realizada por Dios. La comunidad cristiana es una obra de Dios, que requiere nuestra colaboración, pero ésta es obra de la gracia (ver Hechos de los Apóstoles 2, 37-47).
Una ayuda grandísima es que llegue cuanto antes la decepción, la desilusión respecto a los demás o a uno mismo. Como los discípulos de Emaús que están decepcionados y desilusionados, y quizá, solo entonces, pueden escuchar, desde su desilusión, la palabra que les haga arder de fuego el corazón (Lucas 24, 13-27 y 32).
La desilusión es una ayuda para volver a la realidad:
“Dios no es un dios de emociones sentimentales, sino el Dios de la realidad. Por eso, sólo la comunidad que, consciente de sus tareas, no sucumbe a la gran decepción, comienza a ser lo que Dios quiere, y alcanza por la fe la promesa que le fue hecha. Cuanto antes llegue esta hora de desilusión para la comunidad y para el mismo creyente, tanto mejor para ambos. Querer evitarlo a cualquier precio y pretender aferrarse a una imagen quimérica de comunidad, destinada de todos modos a desinflarse, es construir sobre arena y condenarse más tarde o más temprano a la ruina. Debemos persuadirnos de que nuestros sueños de comunidad humana, introducidos en la comunidad, son un auténtico peligro y deben ser destruidos so pena de muerte para la comunidad. Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales.” (Dietrich Bönhöeffer. Vida en comunidad).
Quien pone su ilusión en una recompensa o un entretenimiento tarde o temprano queda defraudado. Como el gobernador Félix, que escucha a san Pablo sobre cuestiones de fe con la esperanza de recibir algo de dinero (ver Hechos de los Apóstoles 24,22-27); o Herodes, que ante Jesús en el día de su Pasión, espera ver un milagro (Lucas 23, 6-11).
Hay un lugar donde se empieza a reconciliar uno con la realidad. Nos lo enseña el Papa Francisco. Y es cuando descubrimos que el otro no es tuyo, “sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor”. Esto lleva al “principio de realismo espiritual” por el cual no pretendemos que la comunidad, o el otro, sacie completamente las propias necesidades. Por eso es una gran ayuda el desilusionarse del otro, o de la propia comunidad y dejar de esperar del otro “lo que sólo es propio del amor de Dios. Esto exige un despojo interior.” Hay un espacio exclusivo que “cada uno reserva a su trato solitario con Dios, y esto no sólo permite sanar las heridas de la convivencia, sino que posibilita encontrar en el amor de Dios el sentido de la propia existencia. Necesitamos invocar cada día la acción del Espíritu para que esta libertad interior sea posible.” (Francisco. Amoris Laetitiae, nº 320).
Jesús, vuestro párroco
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