“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (75)
El mejor vino
Queridos hermanos:
El vino siempre es figura del “algo más” que nos da el Señor. Si el pan es el alimento básico y elemental, es decir, “la prosa de cada día, el vino es la poesía, la propina, la fiesta”, como dice Luis Alonso Schökel en sus meditaciones bíblicas sobre la eucaristía, “el vino es esa propina (la palabra propina viene del latín pino = beber)” ese algo más, que hace que la vida tenga sentido. El vino es la alegría, la amistad, el amor, el sacrificio. Es la alegría de sacrificar la propia vida por amor a los amigos (cf. Juan 15,11-14).
Aunque es un arma de doble filo, porque da alegría y quita el sentido. Ciertamente, no hemos de hacer como Nadab y Abihú, hijos de Aarón, que murieron en el santuario, seguramente por entrar borrachos, según lo que se desprende de las indicaciones que Dios da a Aarón (cf. Levítico 10,1 y 9).
El vino es figura de una nueva etapa en la historia.
Ya vimos cómo tras el diluvio, y el confinamiento en el arca, Noé, nuevo Adán, plantó una viña y bebió del fruto de la vid (Génesis 9,20-21).
Cuando el pueblo de Israel entró en la Tierra Prometida comenzó a celebrar la Pascua con los frutos de los productos del país, cuyos racimos son gigantescos (cf. Números 13,23-24; Josué 5,10-12).
Con Cristo se inaugura una nueva era en el contexto de unas bodas, donde falta el vino y, aunque no ha llegado su hora, por intercesión de la Virgen María, inaugura esta nueva etapa convirtiendo el agua en vino (cf. Juan 2,1-10).
Tras el diluvio, que fue nuestro Bautismo, hemos sido introducidos en la sala del banquete (cf. Cantar de los Cantares 1,4), que es la Eucaristía, anticipo de la Tierra Prometida.
Por eso, cada Eucaristía puede ser para nosotros un empezar de nuevo, una nueva etapa. Como el vino requiere el tiempo de silencio y oscuridad de la fermentación del mosto, así también nosotros, tantas veces a oscuras, vamos siendo transformados en lo que recibimos, Eucaristía tras Eucaristía. En cada Eucaristía, al comulgar con el Cuerpo de Cristo, también recibimos su Sangre, ese vino nuevo, el mejor vino, derramado por nuestro Esposo en la cruz, su sangre. En cada Eucaristía, al comulgar con el Cuerpo de Cristo, recibimos el Espíritu Santo que hace que seamos uno. Pide celebrar la Eucaristía, recibir el pan de su Palabra y su Cuerpo y Sangre diariamente. “Danos hoy nuestro pan de cada día”.
Jesús, vuestro párroco
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