“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (84)
Poderoso es Dios para injertar al desgajado
Queridos hermanos:
Dice el Catecismo que “Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 396). Nosotros hemos perdido en muchas ocasiones la amistad con el Señor, pues no hemos sometido nuestro entendimiento y voluntad al Señor y en tantas ocasiones lo hemos abandonado o sustituido por los ídolos. Pero “cuando por desobediencia (el hombre) perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres” (Misal Romano, Plegaria eucarística IV).
El pecado nos lleva a perder la confianza y el abandono en el Señor y aparece “la intranquilidad, la precipitación y la angustia” y buscamos resolver las dificultades por nuestra cuenta, fiándonos de nuestras luces y fuerzas y desplazando a Jesús, es como si le dijeras: «ahora no puedo contar contigo y tengo que hacerme cargo del asunto personalmente» (Meditaciones sobre la fe. Tadeusz Dajczer).
El pecado mortal rompe la amistad con Dios. El Sacramento del Perdón “nos restituye a la gracia de Dios y nos une con él con profunda amistad (…) el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual" (ver Juan 5, 21 y 24-26), una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32)." (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1468). La amistad con Dios y la amistad con el dinero son incompatibles (ver Lucas 16, 13-15).
Quizá hace tiempo que no tratas con el Señor, que no rezas, o que la Eucaristía no te dice nada. Es posible que hayas perdido la amistad o trato con el Señor. Y que hace mucho no celebras el Perdón. El Padre puede de nuevo injertarte en el Cuerpo de Cristo, en la Vid verdadera, y hacerte participar de la savia del Espíritu Santo, pues poderoso es Dios para injertar al desgajado (ver Romanos 11, 16-24). En definitiva, puede hacerte amigo de Dios y dar el fruto de la caridad y la alegría.
Jesús, vuestro párroco
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