“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (90)
Las quejas y el perdón en el arca
Queridos hermanos:
Dice un proverbio: “Si tu necedad te ha llevado a la soberbia, reflexiona y cierra la boca: apretando la leche se saca requesón, apretando la nariz se saca sangre, apretando la ira se saca discordia” (Proverbios 30, 32-33).
El rencor es un cáncer con metástasis en el corazón. “Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón” (Francisco. Amoris Laetitiae nº 105). El rencoroso tiene memoria para el mal, es decir, toma cuentas del mal (ver 1 Corintios 13, 4-7).
El perdón, en cambio, “intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34). Pero la tendencia suele ser la de buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la de suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga” (Francisco. Amoris Laetitiae nº 105). Y la metástasis del rencor lleva a dar la misma gravedad a cualquier ofensa, a volvernos crueles ante cualquier error ajeno, ciegos ante el propio error, que si se ve se disculpa, y termina por hacernos vengativos (cf. Francisco. Amoris Laetitiae nº 105).
Todos podemos tener quejas de los otros. Y el perdón no es fácil. Hace falta la “experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos. Fuimos alcanzados por un amor previo a toda obra nuestra, que siempre da una nueva oportunidad, promueve y estimula. Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros” (Francisco. Amoris Laetitiae nº 108). Este perdón de Dios hace que nos podamos perdonar a nosotros mismos y a los demás. Este perdón de Dios es la gracia del Espíritu Santo en nosotros. Y hace que sintamos la ofensa y la necesidad de la reconciliación para acudir a la acción de gracias en comunión. Por eso es anterior la reconciliación a la celebración de la Eucaristía: “si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo” (Mateo 5, 23-26).
San Pablo nos invitaba a vestirnos un vestido nuevo y al perdón: “como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor” (Colosenses 3, 12-14).
Jesús, vuestro párroco
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